Un pueblo llamado tristeza

Fredy Cueva Castillo

En un pueblo llamado tristeza, todos los días muere gente, a pesar de nuestra pretensión de controlarlo todo, de querer enterarnos de todo, de querer saberlo todo, estamos acorralados ante lo insignificante, lo diminuto, una partícula que no distingue identidades, necesidades, ni tan siquiera bondades

Decía Ramón y Cajal que “en la ciencia como en la vida, el fruto llega siempre después del amor”. Es decir, después de una convulsión, del caos, del renunciar a nuestras certezas, en este contexto, qué fruto llegará a nuestras vidas después de todo lo que estamos haciendo en estos momentos de desesperanza.

Qué país estamos forjando en este momento de angustia, deberíamos ponernos a pensar, ¿a dónde irá tanta tristeza, tanta ira, tanta frustración, ¿a dónde irá a parar?, ¿a dónde irá nuestra humanidad desecha por el miedo?, ¿a dónde nos llevará?

Que pasó con todos los valores de los que hacíamos gala, de ser un pueblo solidario, amable, respetuoso y afectivo, a pesar incluso de todos los resabios coloniales, con discriminaciones y exclusiones, que como toda sociedad multicultural aún arrastrábamos antes de esta pandemia.

En un pueblo llamado tristeza, el pequeño dictador que llevamos todos dentro ha decidido salir, haciendo gala de su superioridad moral, etiqueta al resto, descalifica a todo aquel que no piense como él, generando una tendencia abusiva e inmensamente destructiva para este pueblo moralmente debilitado y enfermo del alma más que del cuerpo.

Como siempre ocurre en la historia del mundo, todo llega y también todo pasa, pero todo lo acontecido no pasará en vano, dejará lecciones, queda en nosotros decidir qué lección es la que queremos aprender, aquella que fructifica en el miedo o aquella lección más invisible, la que está, pero solo algunos ven, a esos algunos, y por supuesto a las miradas cómplices. (O)

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