Un diferente amanecer

Lucía Margarita Figueroa Robles

Mientras nos lamentábamos a diario, por encontrar aquella brecha moldeada entre trabajo y familia, corriendo todo el día de extremo a extremo en una ciudad que no descansa; haciendo de vez en cuando turnos especiales para llegar a alguna presentación de nuestros hijos, y correr de vuelta a cumplir con nuestras actividades laborales, terminando una larga jornada con dolor de cabeza, y una serie de pendientes que crecían sin parar. Mientras nuestros hijos nos pedían con lágrimas en sus mejillas, llegar más temprano para jugar juntos, apoyarles en alguna tarea de la escuela y contarles un cuento antes de dormir; mientras nos quejábamos del poco tiempo que existía para estar con nuestras familias compartiendo una charla amena, en donde comer todos en la mesa era un suceso de tiempos inmemoriales; mientras anhelábamos tener una media hora, para leer algo distinto a nuestra profesión, como una novela, un libro de poesía; para ver una película con serenidad, o simplemente sentarnos en un balcón a tomar un respiro frente al estrés del día a día, porque el trabajo absorbía nuestras vidas…nos encontrábamos inundados con un patrón emocional de culpa.

Pero antes de culminar el primer trimestre de 2020, así como un reseteo, la vida decidió cambiar en un instante, dar un giro de 360º, quizá ubicarnos durante el sueño en un universo paralelo, para metamorfosear todas las preguntas y respuestas. Y en este diferente amanecer, las grandes ciudades con sus ‘transformers’ dormidos dejaron de contaminar; los noticieros se olvidaron de la política y la farándula; dejamos de lado el consumismo desmedido; y nos adaptamos al trabajo desde otra perspectiva de telecomunicación; elogiamos al ser humano que antes era desairado; aprendimos a orar en familia, prestar atención a nuestros seres queridos, y sobre todo, aprendimos a apreciar la vida de forma distinta, porque, como dijo Neruda: “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. (O)

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