Suicidio público

ANDRÉS POMA COSTA

En estos tiempos de conmoción extrema, y sin la certeza de saber cuándo terminen, nuestra clase política ha demostrado sus carencias en un sinnúmero de hechos lamentables. Acciones sin principios y ciertamente miserables, constituyen razones suficientes para emitir un juicio en cuanto a su actuación.

Cuando nuestros representantes priorizan situaciones políticas antes que a la vida, superponen intereses individuales sobre los colectivos, toman decisiones tardías ausentes de criterio o ejecutan actos de corrupción en plena crisis, naturalmente nos asqueamos. Es ahí cuando nace en nosotros, el deseo de que la política en general se vaya al único lugar donde lo dañino, putrefacto y disoluto debe terminar.

Evidentemente, existen excepciones; sin embargo, son desplazadas por un entorno precario y deshonesto, que se sostiene en los problemas estructurales del país y en nuestros actos conformistas e inconscientes. Es decir, un nivel de empleo deficiente, un régimen educativo defectuoso y una población de veras inmadura, no son precisamente los elementos que fortalecen a un sistema político.

Para lograr una sociedad de progreso y dispuesta a la solución de problemas colectivos, la participación de la política es necesaria; pero, siempre que, sus actos e intereses sean consecuentes con el bienestar común. Si después de esta crisis, no se inicia una reinvención política sobre todo de comportamiento y de estructura, seremos nosotros los únicos culpables de mantener un sistema fallido, y seguiremos sumidos en el entorno de siempre.

Entonces, con fundamento en los hechos acontecidos y en razón a una conducta de valores irrisorios, podría afirmar con total seguridad, que estamos en presencia de un sistema político que se suicida lentamente frente a todos. (O)

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