Duele Guayaquil

Para los que tienen sangre guayaquileña es imposible no conmoverse con la información que se ve en los medios de comunicación del país y el mundo, que califican a la urbe porteña como “el Wuhan latinoamericano”, como una triste referencia a la ciudad china donde se originó el Covid-19.

Duele ver una ciudad pujante, que vive del comercio y de la actividad de la calle, doblegarse por la instrucción de “quedarse en casa”, que es la única forma de enfrentar al virus chino. Pero, tradicionalmente, fue desde el siglo XVIII cuando la ciudad empezó a vivir de los envíos y ventas al exterior, con la agroexportación (cacao, café y luego banano), que hicieron de Guayaquil el motor económico del país.

Ciudad que, a través de los años, soportó situaciones que no la doblaron: el gran incendio de 1896, que unió a comerciantes, banqueros y ciudadanos, que no tardaron en reconstruir a la urbe, que volvió a mostrar su pujanza. Fueron los nacidos allí y los extranjeros que se organizaron para hacer frente a la tragedia.

En 1918 fue la epidemia de la peste amarilla, que mató a un buen porcentaje de habitantes de la ciudad y gracias, especialmente a los esfuerzos de Hideyo Noguchi, se pudo descubrir los orígenes de la cepa y nuevamente Guayaquil salió por sus fueros.

Pero al puerto principal, desde los años 40, la castigó otro contagio: el populismo, que estuvo denominado de algunas formas: se llamó CFP y PRE. Estos dos grupos, encabezados por algunos integrantes de la familia Bucaram, dejaron a la ciudad en ruinas hasta la década de los 90. Con Febres Cordero y Nebot hubo cierta recuperación.

Pero, los socialcristianos parecen haberse olvidado del Guayaquil y Ecuador profundo, que se instalaron, vía invasiones, en las zonas de La Prosperina, Mapasingue, El Guasmo o La Perimetral. Muchos migrantes internos hicieron allí sus precarias viviendas y su vida, irrespetando normas y ordenanzas. Algunos llegaron a los lechos del río Guayas y lo hicieron foco infeccioso.

Pero, como esta enfermedad ataca a todos por igual, llegó a los pobres que se ganan la vida cada día en la calle o en la Bahía, haciendo negocio de todo o a los grandes empresarios, porque la epidemia llegó a las nuevas urbanizaciones (La Puntilla, Samborondón o Isla Mocolí). Es una plaga que ataca a todos, sin distinción.

Embistió a los que pagan funerales y ataúdes de madera y a los que usaron féretros de cartón. Los muertos desbordaron a los políticos y esa imagen duele. Pero Guayaquil late, porque su gente late. El encierro es algo que su espíritu libre no puede aceptar.

[email protected]