La meditación alivia

En el aislamiento y la zozobra del encerramiento puede la meditación Zen volverse imprescindible. Es una práctica milenaria que colabora con la autoindagación -que se dirige a la propia base o naturaleza del individuo- para dotar libertad mental. Vera Kohn (‘Terapia iniciática’, 2006) considera que vivimos en la dualidad, que juzga que el blanco es más valioso que el oscuro; que no aporta ni paz ni felicidad y ni un progreso verdadero.

La percepción orientada por el pensamiento reduce al hombre a opuestos; divide mediante el pensamiento lo que en la naturaleza es indiviso. Afirma, que “el uno abraza al todo… Lo uno compenetra todo y todo está en uno”.

Según el budismo, la meditación sirve para el bienestar interno. Podemos ver lo que pasa desde una perspectiva más clara. Nos cuidamos más, nos queremos más y tenemos un mejor rendimiento. Relaja las tensiones musculares, facilita el sueño, mejora la concentración y reduce la ansiedad. Para meditar hay que escoger sitios claros, sin decoración ni muebles. Alejarse de la tecnología, educar la respiración, utilizar ropa cómoda, no usar zapatos, tener un tape de yoga, mantenerse en silencio mínimo 20 minutos a una hora.

Para Kohn, la meditación Zen nos lleva a dar saltos cualitativos de conciencia, ayuda a conectar la vida mundana con nuestro centro sagrado. Los quehaceres cotidianos nos atan a demasiadas cosas. Esta práctica espiritual nos ejercita para comprender de mejor manera nuestros actos. El ser íntegro, sano y en armonía con su vida es como el niño sagrado que vive en nosotros. El niño que perdimos antes de entrar a la dualidad de quien juzga. Un estudio de neurociencia de la Universidad de Standford (EE.UU.) ha constatado que la meditación repercute positivamente sobre la salud mental y física.

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