Una oportunidad histórica

En algunos lugares de Tierra Santa, los cristianos y judíos se cansaron de pelear, como lo habían hecho durante siglos, por la administración de ciertos lugares que ambos credos consideraban sagrados. La solución fue entregarle la administración a un musulmán para que dictara reglas claras. Los ecuatorianos hicimos eso hace dos décadas. Cansados de pelear entre nosotros, le entregamos a EE.UU. nuestra política monetaria, aquello que había permitido durante generaciones enriquecerse fácilmente empobreciendo al resto con total impunidad. Fue una renuncia dolorosa, pero gracias a ello tuvimos una tregua de dos décadas, sin crisis severas, que se sostenía sobre el consenso de que la dolarización era mejor que cualquier otra opción.

Salir de la dolarización hubiera sido imposible. Ningún ecuatoriano hubiera aceptado. Se hubiera requerido un inmenso esfuerzo logístico.

Lamentablemente, creer que la dolarización era irreversible nos llevó a actuar imprudentemente y a tolerar políticas irresponsables. Tal y como se sabía que sucedería, hemos terminado sin ahorros, endeudados e improductivos, atados de manos por leyes laborales, acuerdos comerciales y compromisos gubernamentales que nunca debimos haber aceptado porque sabíamos que no podríamos honrarlos.

Este momento, con una población debilitada, aterrorizada y confinada, y con la tecnología moderna, no sería difícil para gobernantes, generales, exportadores y banqueros llegar a un acuerdo desdolarizador a conveniencia de ellos, de la misma forma deshonesta como se organizaban las devaluaciones en el siglo pasado. Ojalá no lo hagan y que, en lugar de ello, aprovechen esta oportunidad histórica para que los ecuatorianos aprendamos finalmente el verdadero valor de la palabra y del dinero. La deflación y la liberalización laboral son caminos dolorosos, pero más dignos y, a largo plazo, los correctos.

[email protected]