Economía de guerra

En estos días de manifestaciones desestabilizadoras han circulado por las redes sociales imágenes de doloroso e indignante impacto: un grupo de revoltosos obligan a un modesto transportista a derramar en la carretera la leche de su tanquero, mientras la víctima exclama: “¡No le hagan nada a mi mamita!”. Este repugnante hecho lleva a una reflexión. Solo quien no conozca las tesis básicas del marxismo-leninismo e ignore lo elemental de la Historia del Siglo XX considerará que la intención de los mariateguistas impulsadores del paro es tumbar al gobierno y nada más.

Si consultamos los textos fundamentales de la teoría comunista encontraremos el programa de Lenin, consistente en crear una “economía de guerra”, vale decir de desabastecimiento y carestía de los bienes de primera necesidad, para conseguir la sumisión de los habitantes de un país. En la primera fase revolucionaria se destruye sistemáticamente el aparato productivo, para luego, en la segunda parte, controlar el reparto de alimentos a la población, haciéndolo depender de su mayor o menor apoyo al régimen. Esta segunda parte dura decenas de años, hasta el colapso del sistema por una u otra causa, pero si no colapsa se perpetúa para mantener a la camarilla comunista en el poder, en complicidad con fuerzas armadas compradas con privilegios.

Por otro lado, la historia de todos los regímenes comunistas, llamados eufemísticamente “socialismo real”, como si se hubiese dado en alguna parte un “socialismo ideal”, enseña que en sus países siempre se ha impuesto el hambre, la miseria, la represión; no existen excepciones. Si no han cambiado el sistema esos países mantienen por décadas a su población dominada por la amenaza de no comer; los experimentos comunistas siempre han establecido “economías de guerra” en Europa, Asia, Africa.

Nuestros mariateguistas iluminados no persiguen otro fin; no se trata de luchas coyunturales ni episódicas. La meta es tomar el poder para mantenerse en él para siempre por medio del hambre generalizada. No nos engañemos, “matemos al gusano”, como ellos suelen decir.