No seremos los mismos

Colectivamente estamos en contra con las conductas irresponsables que contribuyen a la propagación del virus; estamos movilizados contra la desesperanza que alienta el avance de la enfermedad y, sobre todo, las pérdidas de vidas de nuestros seres queridos y de otras personas que luchan por salvarnos de la enfermedad y la seguridad de la población; estamos en orden de batalla para limitar la movilidad de la población y aplanar esa perversa curva que arroja cifras desconcertantes.

Estamos en combate, pero no solo contra el COVID-19. Cada uno de nosotros libra una batalla para evitar contagiarse y contagiar o para curarse si el patógeno nos ha infectado.

Estamos en guerra, pero no solo contra un virus de alta letalidad por su facilidad de contagio, sino contra la resignación de ver cómo nuestros adultos mayores afrontan angustiados el riesgo de que el virus incline fatalmente la carga de morbilidad; estamos viendo como las casas de acogida de adultos mayores, lugares abruptamente arrancados al olvido, se convierten en ataúdes sociales; imaginémonos la angustia, el miedo y la desesperación que puede difundirse en una residencia cuando se registran y se conocen casos de coronavirus y todos sus mayores quedan aislados, sus lazos con el exterior, a menudo ya escasos, rotos por el confinamiento.

Estamos desconfiados con los gobernantes y los no gobernantes que, en vez de concentrarse en lo importante, se enardecen en controversias partidistas que están muy lejos del espíritu de unidad que reclama la población.

Estamos en pie de lucha contra muchos virus. Cuando la enfermedad nos dé tregua ya no seremos los mismos. Y si no seremos los mismos, no tendrá sentido que volvamos a hacer lo mismo.