La regla de oro

Carlos Enrique Correa Jaramillo

La sabiduría popular es una fuente que se va acrecentando con el paso del tiempo. Es una sabiduría que es de otro orden que el conocimiento, pues este se basa en las sensaciones que el ser humano tiene acerca del universo. Mientras que la sabiduría es una conducta prudente frente a las respuestas que hay que dar a los demás seres humanos y a la naturaleza.

Dentro de los refranes de esta sabiduría ancestral se encuentra el que ha sido llamado “la regla de oro”. Esta regla es conocida desde antes de Cristo. Él mismo la reconoce y la considera como una buena regla. Dice así: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”.

Es una regla muy general y, a la vez, muy específica. Es general, por cuanto debe aplicarse para todos los casos en que tengamos que actuar frente a un ser humano; no solo en algunos casos. Pero es específica en cuanto indica la disposición clara frente a esos mismos casos: no puede ser de otra manera.

Es tan clara y tan fácil de entenderla, que no se necesita ser muy inteligente ni preparado para darse cuenta de su valor y de la necesidad de que se la observe siempre por parte de todos. Guarda una riqueza tan profunda, que bien vale la pena disfrutarla profundizando en sus alcances. ¡Cuántos sinsabores, peleas o guerras se hubiesen evitado si se la hubiese observado un poco más de lo que se la observó! Y a pesar de ser tan excelente regla… ¡somos muy tercos y no la ponemos en práctica siempre!

El mismo Cristo sabía que le es difícil al ser humano poner en práctica lo que se predica. Pero él va más lejos en su propuesta y nos propone, con sorpresa, otra regla más exigente, una regla que tendrán que llevarla a la práctica sus seguidores y que será el sello que los diferencie de los demás: “Amad a vuestros enemigos”. Felices los que la ponen en práctica. (O)

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