Un hogar desintegrado

Desde su nacimiento, el Ecuador ha estado contagiado por una afección ubicua y omnipresente en nuestro día a día que frecuentemente olvidamos la capacidad de reconocerla como un tumor malicioso que es. Se nos ha hecho invisible, como suele pasar después de un tiempo con todos los olores repulsivos.

Desde la Colonia, nuestro pueblo se infestó con la odiosa idea de que lo bueno y natural es que las personas se dividan en grupos, con invisibles, aunque claras líneas que dividen a “ellos” de “nosotros”. Nuestro léxico común refleja la realidad de una sociedad fracturada en hostiles castas sociales y raciales. “Cholo”, “longo”, “negro”, “pelucón”, son solo algunos de los adjetivos que usamos a diario para denigrar a nuestros compatriotas.

Somos un hogar desintegrado. Y ahora, el país está por pagar el costo de una historia llena de indiferencia, racismo, hipocresía, deshonestos, oportunistas, y carentes de empatía.

La tolerancia y la democracia, son palabras que nos gusta mucho, pero que no nos dice nada. O al menos, no nos interesa realmente lo que significa y lo que constituye. Algo así como las palabras “pueblo” o “libertad”.

Pero ¿qué pensamiento del “bien común” puede existir en el Ecuador? ¿Cómo puede entenderse una sociedad donde se excluye, divide y estratifica basado en el apellido, la raza, la región, o estatus económico? La doctrina del “bien común” solo puede encontrarse en un colectivo donde existe una conciencia de que hay algo que nos une. Una inteligencia que te haga ver que el bien de tu vecino está inexorablemente conectado con el tuyo.

Dicha conciencia en nuestro pueblo es quimérica. ¿Por qué yo empresario voy a permitir que suban mis impuestos para alimentar a esos “negros” vagos? ¿Por qué yo, trabajador, debo consentir que se flexibilice mi trabajo para el beneficio de esos “pelucones” explotadores? ¿Por qué yo, campesino, voy a permitir que corten mis subsidios para la comodidad de quienes me han llamado “longo” toda su vida? ¿Por qué “nosotros” debemos de a hacer un sacrifico por el beneficio de “ellos”? Hemos permitido que nuestra sociedad se segregue en grupos y castas, sin que haya experiencias o ideales comunes que nos unan sinceramente.

Ojalá este sea la causa de un cambio real, que pasada la difícil tormenta que se avecina, aprendamos de una vez por todas que no podemos seguir viviendo así. Ojalá por fin aprendamos que una casa dividida, injusta, en desorden y sin verdaderos líderes está condenada a caerse.

Gabriel Quiñónez Díaz

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