Gracias, Alejandro

Por un artículo en este diario me he enterado de que el sabio amigo Alejandro Querejeta se ha acogido a la jubilación. Conocí a este señorial caballero en la Universidad San Francisco de Quito, allí me honró con su amistad; cuando nos encontrábamos, deteníamos nuestro andar para entablar las que para mí fueron conversaciones llenas de análisis, profundidad, erudición, profesionalismo y fe.

En una de esas conversaciones (espero no traicionar su confianza revelando su contenido) me comentaba su desazón y angustia por haber abandonado con profundo dolor su amada patria, Cuba, convertida en un país fallido, sin futuro, y haber llegado a este Ecuador que con el régimen anterior también se convirtió en un país sin perspectivas, con un gobierno autoritario, sin respeto a las personas, a las libertades, a las instituciones.

No siempre hemos coincidido en nuestras apreciaciones sobre la vida y la literatura; por ejemplo, confieso que no comparto su admiración por Juan Montalvo, aunque sus estudios sobre este escritor son sobresalientes. Además, en un medio en que las buenas formas no solo se descuidan sino que se desprecian, el estilo literario de Alejandro es un reflejo nítido de su personalidad: elegante, sobrio, fluido, se lee con gusto.

Uno de los aspectos cruciales en que tenemos concordancia es la creencia en Dios: respetuoso de las diferencias religiosas, siempre discreto en sus convicciones, daba ejemplo de una recia confianza en el Dios de los cristianos. En un mundo de relativistas enfangados en sus intereses pequeñitos, en una sociedad de materialistas sin horizontes, la límpida personalidad creyente de Alejandro es un ejemplo para nunca olvidar.

Gracias, Alejandro; gracias, maestro, por saber ser lo que es.

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