Asustar y culpar

A todos nos cuesta aceptar lo asustados que estamos. En momentos de mucha incertidumbre, la capacidad de pensar e imaginar suele tornarse incómoda y nos lleva a plantearnos una infinidad de preguntas sin respuestas; a tejer conjeturas tan desgastantes como inútiles. Ante ello no hay mejor antídoto que el miedo. Basta una buena dosis de terror para deshacernos de la incomodidad de pensar y abrazar una determinación total. Por eso, y las cifras al respecto son incontestables, en tiempos como estos la ciudadanía busca y consume de forma voraz toda información que induzca al miedo; es la forma de deshacerse terapéuticamente de las dudas.

Todos queremos ser héroes en este capítulo de la historia, pero nos queda la duda acerca de si no seremos los villanos. Una de las formas más sencillas de reafirmarnos en nuestra posición de adalides de la virtud es buscar y denunciar a los culpables. A fin de cuentas, si señalamos con el dedo a los malos, es más probable que nosotros seamos los buenos.

Por ello, los políticos nos sirven de chivo expiatorio, pero, si nos detenemos por un momento, veremos que, en una situación como esta, es poco lo que pueden hacer; la Constitución, los recursos limitados y las creencias de la gente les dejan un margen de maniobra diminuto. Se sabe tan poco sobre el futuro de nuestra economía y sobre la pandemia que cualquier decisión se toma a ciegas y, por tanto, es inevitablemente imperfecta. En lugar de culpar y sembrar terror, es mejor ser pacientes y reconocer que todavía es demasiado temprano para juzgar y predecir.

Así, cualquier deseo de venganza hacia el presidente Lenín Moreno o todos esos ambiciosos y jóvenes escuderos con los que compartió en los primeros años de la euforia correísta, y sobre los que ahora se apoya, resulta innecesario. Estar al mando del país en un momento como este, expuesto a un volumen de escrutinio, crítica y desprestigio despiadado, que ni los diques del más sólido ego ni el renombre más cuidadosamente manufacturado consiguen resistir es suficiente tormento. No hace falta más.

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