La respuesta

Vientos huracanados azotan al Ecuador desde hace mucho tiempo, dejando su huella devastadora en la desesperanza de sus ciudadanos.

Hay vientos que vienen de afuera, donde nada ni nadie tiene control. Son vientos que ponen a prueba nuestra resistencia, nuestra inteligencia, nuestra contextura física e intelectual.

Pero, hay vientos que vienen de adentro, de nuestra historia, de lo que somos, de la identidad de lo que somos. Esos vientos son más fuertes que aquellos y su tiempo entre nosotros ha sido y seguirá siendo muy largo.

Los primeros, los que vienen de afuera están de paso. Se quedarán con nosotros el tiempo que deban quedarse, ni un minuto más, ni un minuto menos.

Los que vienen de adentro ya estuvieron con nosotros desde hace rato, están aquí y permanecerán con nosotros un largo tiempo.

Los primeros, a su paso, crean temor y pánico, nos dejan como herencia el miedo individual y colectivo. No podemos escapar de la fuerza de su paso. Podemos resistirlos, pero no ignorarlos.

Los segundos son los que nos definirán como personas y como sociedad. Seremos nosotros los que tenemos en nuestras manos la capacidad de definir su ruta. Si antes los hemos ignorado, ahora ya no lo podemos porque su fuerza ha aumentado a tal grado que puede derribar el bosque de nuestra nacionalidad.

Los primeros tienen nombre: son los terremotos, los deslaves, la pandemia del coronavirus, las erupciones del Sangay, el fenómeno de El Niño y hasta los tsunamis.

Los otros no tienen nombre, tienen conceptos: nuestra vagancia, nuestra indiferencia ante lo que sucede, nuestra ignorancia, nuestro fanatismo, el alcoholismo, la drogadicción, y en estos días, aparecen también la corrupción, la angustia, el desorden y la indisciplina.

Un viejo chiste, aplicable a nuestra realidad decía que cuando Dios creaba el mundo, sus ayudantes le preguntaban dónde ponemos oro, y Dios les respondía, aquí, acá, y en el Ecuador. Dónde ponemos una naturaleza prodigiosa, y Dios volvía a responder: aquí, acá, y en el Ecuador. Tantas veces Dios dio esa respuesta hasta que, al fin, uno de los ángeles que lo ayudaba le dijo: “Pero, Señor, al Ecuador le estás regalando todo. Y el Creador le respondió: No creas. Espera para que veas la gente que la voy a enviar para que allí habite.

¿Será cierto? ¿Estaremos condenados, por nuestra indolencia, a vivir en la miseria moral y económica en la que vivimos ahora y, seguramente, los próximos años?

De nosotros depende la respuesta.