Los y la trotaconventos

Antes del proceso eleccionario hay que prevenir ciertas demagogias actuales de quienes por llegar al poder no trepidan en usar la fe del pueblo. Me refiero al uso de la religión que está de moda. Lo utilizan en los pueblos árabes para utilizar el fanatismo religioso, hasta llegar al crimen. En Occidente, sobre todo cierta hipócrita izquierda y alguna trasnochada ultra derecha usan o han usado la religión cristiana para obtener o mantener el poder. Tenemos en Nicaragua al dúo Ortega-Murillo, en Brasil a Bolsonaro, en Venezuela a Maduro invocando a Dios en cada acto político, en Estados Unidos a Trump “blandiendo” la Biblia cual si fuera un “gran garrote”.

Esquivando a Marx que afirmó que “la religión es el opio de los pueblos” los socialistas radicales, en vista de sus fracasos económicos y de la utilización y dueños del género, del ambiente, del aborto, como formas de obtener votos, han acudido a la religión, apoyados por ciertos ingenuos “progres”. En el poder se volverán “comecuras”, como Fidel.

Los totalitarios saben del poder de la religión. En la historia reciente el fascista Mussolini, que lo mejor que sabía era suprimir o “apalear” a los opositores, cada día se acercaba al Papa y al Vaticano para llegar y mantenerse como Jefe del Gobierno. Stalin fue cura, sabía la fe del pueblo ruso, por ello impuso el terror y una nueva religión: el marxismo-leninismo, o sea el comunismo.

En el ecuador, mayoritariamente católico, a pesar que su sistema constitucional es de estado laico, ya surgirán las sectas religiosas, los grupos indígenas con nuevos membretes cristianos. No se quedan a la zaga los “curas revolucionarios” que juegan como cualquier político a favorecer a algún bando, olvidando que su misión es servir a una religión revelada y que ni los malos curas han podido acabar con la religión. Las causas las atina Freud y la Historia, ese es otro largo cuento.

La Celestina de Rojas, la alcahueta, era como dice Edwards: ”Un “Fausto (el mal) con faldas”, una trotaconventos, una forma de poder. Desde luego no hay que golpear los cuarteles, pero tampoco los conventos.