Mundo fantástico

Al impregnarnos de la historia de la filosofía con esa gama de conocimientos inconmensurables, volamos por un mundo de esplendor, quedando maravillados ante tantas verdades, que nos parecen imposibles; es que a veces en determinados pasajes de esa selva poblada de sabiduría y reflexión, que es la filosofía, nos damos cuenta que somos un punto insignificante en un mundo material e ideal de interminable lucha, en donde prevalece nuestra inteligencia en el marco de la razón, junto a los estímulos que impactan a nuestros sentidos y nos permite transformar este mundo en cada momento de nuestra existencia y al mismo tiempo arrancar de sus entrañas esas verdades perdidas, muchas veces a nuestros sentidos y entendimiento.

Nos llena de interrogantes el material objetivo y subjetivo de un sin fin de ideas, que representa la problemática universal del hombre, en su largo y difícil camino a través del tiempo.

La filosofía “es la búsqueda interminable de las verdades eternas que preocupan al hombre”, es la respuesta certera de luz a la oscuridad que nos inunda. Transitamos inmersos en ese camino eterno del tiempo y vamos cada día encontrando a nuestro paso, nuevas inquietudes, motivo de investigaciones, que permiten reafirmar el valor de la vida en la existencia corporal. Ya como náufragos en un mar de interrogantes, en donde las velas de nuestra imaginación permiten que en nuestra mente hagan su nido una variedad de concepciones sobre el mundo, la vida, el ser, la muerte, el hombre, etc… entonces aparece fulgurante a nuestro espíritu un manto plagado de chispeantes ideas, que tratamos de encajarlas, como en un rompecabezas, sin lograrlo; pero al fin la luz brilla a nuestro entendimiento y encontramos la respuesta exacta, más fácil y cerca de lo que pensamos.

Sabemos que la filosofía es un mundo maravilloso de críticas, imaginación, preguntas y respuestas, que preocupan al hombre en el ámbito universal, pero también es el despertar a un mundo que muchas veces raya en la fantasía, transportándonos por caminos ignotos de ensueño y placer.

Carlos Concha Jijón