¿Cuál debería ser la condena?

La pandemia de corrupción que nos arrincona, nos empobrece, nos roba y nos mata, por el momento no tiene vacuna, la provenga o evite su propagación.

Cuando discutimos del contagio que se merecen los corruptos, estamos hablando de qué hacer cuando ya sucedió. Algunos piensan o creen que el castigo puede por miedo influenciar conductas mejores. La realidad muestra que el miedo no es un buen educador.

Nos aseguran que primero hay que respetar la ley y en derecho; los debidos procesos. No obstante, el rompecabezas es la existencia de redes que interfieren con la aplicación de la justicia, que están mezcladas a los encargados de aplicarlas. Muchos de ellos están doblegados a poderes de mafias, poderes políticos y económicos que han extendido sus extremidades en todos los estamentos del Estado. Es un “mundo” con vida propia. ¿Cómo atacar ese sistema, romperlo, provocar que se derrumbe o muera?

La utilización de la ley no es igual para todos, lastimosamente. En general son los pobres, los excluidos, los marginados y humillados de la sociedad quienes deben de satisfacer con sus rigores que otros evaden, por tener buenos defensores o privilegios; por ser o haber sido autoridad, tener amistades “poderosas”, solvencia económica que otorgan “estatus” …

El hecho de ser o haber sido autoridad debería ser una desventaja, porque el encontronazo de la corrupción es mayor, afecta a todos cuyas vidas, bienes, trabajos, dependen de las decisiones de la autoridad. Su crimen va en deterioro de toda la ciudadanía, no puede tener justificación…Pero se difuminan las caras, los rostros de la tragedia, en la cantidad de ceros que crean la cifra sabrosa del robo. Y el pueblo asume con apatía que es una violación que tiene que ver con dinero, pero no lo siente propio, no analiza cuanto tiene que ver con todos y cada uno.

¿Cuántas personas siguen muriendo por el robo al IESS, por falta de hospitales que debían de construirse y estar debidamente dotados? ¿Cuántas familias se quedaron sin sueldos por falta de trabajo, cuántos viven en la incertidumbre de tener que dejar las casas que arriendan por no poder pagarlas? ¿Cuántos niños y jóvenes, sin computadora para la educación? ¿Cuántos familias atraviesan un viacrusis para ser atendidos en los hospitales y no tener medicina? Eso es lo que hacen la autoridad y los subalternos que roban, no solo se enriquecen ellos, sino que matan, condenan y postergan a la marginación a cientos de miles de personas. Son ladrones y asesinos, para decir las cosas por su nombre. De eso se trata. Por eso, ¿cuál debe ser el castigo apropiado? Además de devolver todo lo robado, si tuvieran que trabajar en fábrica de producción en cadena, ocho horas pelando verdes, camarones, lavando platos, saliendo en los carros que cogen la basura, lustrando zapatos, limpiando baños de lugares públicos, trabajos decentes, pero que no todos quieren realizar… ganando el mínimo, en las condiciones de los empleados menos favorecidos por la pandemia, quizás podrían de alguna manera “reparar” parte de los afectado. Que conozcan a las familias deshechas porque no hubo camas ni respiradores, ni mascarillas adecuadas, esas que compraron con sobreprecios, o se llevaron todo el dinero sin que aparezcan ni los cimientos del hospital y todo lo que se debía de atender y construir.

Y que nosotros los ciudadanos de a pie y llanos, digamos ya basta. No va más. La corrupción es una pandemia que juntos debemos de derrotar.

Gabriel Quiñónez Díaz

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