Estado de conmoción

Frente a lo que acontece en el Ecuador, nos preguntamos cómo sucede todo lo que estamos viviendo en el plano de la corrupción, en que momento nos hemos convertido en una sociedad de robos, falsedades, alianzas, amenazas y mafias, para justificar y ocultar los robos y enriquecimiento ilícito. Todos los estratos están contaminados y es muy complicado confiar en los que ejercen el poder. Las palabras transparencia, honestidad suenan vacías, no convocan ni conmueven, ni movilizan casi a nadie. Otras ni siquiera se nombran: ética, moral no son populares ni figuran en el lenguaje común.

Son ausentes, porque las palabras son acciones y lo que ellas designan no forman parte de la realidad cotidiana. En el torbellino de escándalos, robos, asesinatos, unos son más osados y peores; en el estercolero que estamos inmersos es casi imposible reaccionar, porque una ola supera a otra y nos arrastra con su inmundicia sin poder respirar. Estamos en estado de conmoción…

Por un lado, están los que prefieren no ver, no oír, no sentir y mejor no saber. Posiblemente es un reflejo comprensible de sobrevivencia. Están los que se deprimen, sienten que no se puede a hacer nada o poco y piensan que, si pudieran, si irán del país. Ha existido migraciones por problemas económicos, ahora se plantean las migraciones por desencanto, por desesperanza, por hartazgo. Están lo que se indignan, se molestan, se ponen de mal humor y enturbian su vida y su entorno. Pero aún están, pocos, muy escasos que se preguntan honestamente qué se debe a hacer para revertir esos hechos.

Ese tocar fondo, coincide además con el comienzo de una campaña electoral, invadida de candidatos que aseguran que van a cambiar al país. Es muy curioso que, ante un panorama tan difícil, con un pueblo desmovilizado, deprimido, y receloso, sean muchísimos los posibles “salvadores de la patria”. Porque quien asuma el timón de un barco a la deriva en medio de la tormenta, seguro tendrá que a hacer muchos sacrificios; el primero, la distancia entre lo que quiere decir hacer y lo que puede hacer. En un mundo interrelacionado, desigual, empobrecido en su conjunto y con gigantes conflictos en su interior, las grandes potencias acomodan sus zonas de influencia. Las elecciones en Estados Unidos y otros países de la región pueden cambiar las hegemonías actuales y las balanzas de poder entre países, por lo que resulta inexplicable o incomprensible esa ansia de “servir” y sacrificarse, que casi ninguno de los posibles candidatos ha demostrado con hechos.

Hay un desfase entre los adelantos técnicos y científicos de la humanidad y el progreso en los comportamientos éticos y morales. Así lo determina Adela Cortina, en su libro Aporofobia, el rechazo al pobre, un desafío a la democracia: Hemos permanecido esencialmente igual en el plano biológico y genético durante los últimos cuarenta mil años, pero continuamos con la moral de los grupos de beneficio mutuo” del comienzo de la evolución. “El progreso moral no se hereda, sino que cada persona tiene que hacer su aprendizaje vital, en conexión con aquellos que le ayudan a vivir su vida”.

Cuando todos o la gran mayoría ejerzamos ese aprendizaje, quizás se llegue a un nivel critico que influencia a toda sociedad. El gran desafío es avanzar, lo que no se ha avanzado en tantos años, aprendiendo de quienes si son éticos. Es tiempo de comenzar a buscarlos y tenerlos de ejemplo.

Gabriel Quiñónez Díaz

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