Hablando de candidatos…

Elección tras elección las ofertas van y vienen. Demagogos, mentirosos, embusteros, payasos, la fiebre del oro y el moro, la del yo te ofrezco y busca quien te dé. Desde camisetas y víveres, hasta ofrecimientos de casas y empleo. Maquetas de las soñadas viviendas populares, dibujos de las carreteras y mil y un planes como palabras al viento, solamente hasta conseguir los votos y cuadrarse para la vida entera y sus generaciones venideras.

Los candidatos se aproximan como redentores de la patria, cada uno es más profético que otro, todos dicen tener arreglo para los males del país. Hablan de salud, de vivienda, de alimentación, de trabajo, Hacen firmar con cédula y todo, para cuando lleguen al mandato entregar las casas prometidas.

Es un tiempo de cuentos, de abrazos, de besos, de visitas a los barrios marginales, a los ancianos olvidados, a los niños pobres, a los enfermos desahuciados; época de tomar el machete en pleno campo para las gigantografías; el azadón para el poster y la fotografía en redes sociales, y los chalecos de colores llamativos, iguales que las banderas y los globos para mostrarse desde lejos, para parecer convincentes, alegres y tapar, en varios casos, sus vidas oscuras, sus arribismos que les sostienen de pretendientes en la contienda electoral.

Estos son los candidatos de un triste y enfermo país. No importan las ideologías, peor cómo solucionar sus males, lo que importa es llegar y resarcir los gastos, devolver favores, porque ninguno de los que caminan junto a ellos lo hace en vano, todos tienen la carpeta lista para ver dónde se colocan, y una vez allí qué negociado hacen.

Hay matrimonios dedicados a este “negocio” de la política. Se juntan y acuerdan entre algunas parejas y se reparten a trabajar entre los diferentes candidatos, así gane el que gane, todos se ubican, ese es el pacto.

Al tiempo, entre tanto buitre carroñero el país se desangra sin pagos a los médicos, a los maestros, a los servidores públicos; sin sustento para miles de familias, con hambre y sin medicinas. Sin cuidado para los ancianos, con un endeudamiento externo sin parangón y con unas cifras de desempleo inmisericordes.

Ante esto, sí vale pensar qué condicionamiento definitivo se les debería poner a los participantes, algo así como un castigo ejemplar para sus posibles mentiras o uñas largas, talvez dejarles sin lengua y cortados las manos, o que se conviertan en estatuas de sal y los desechemos al viento.