El costo de la opinión

Quiero en esta columna revindicar la importancia de la opinión, aún en estos tiempos de redes sociales y cientificismo (en el que sólo parece tener valor lo que digan “los experimentados”) que está tan menospreciada.

Vivimos en sociedades con laberintos donde se discuten a diario muchos temas. Normalmente, los temas no tienen ni un solo enfoque, mucho menos una solución fácil; y el criterio común, que no es necesariamente ni el sentido común ni el adoptado por la mayoría o por los políticos, se construye con base en el contraste de diversas opiniones.

El “ágora” de nuestro sentido común es Twitter y hasta Facebook, es el lugar en que muchos debatimos, presentando algunos puntos de vista sobre los distintos temas. Sin duda, todos tenemos derecho a emitir nuestra opinión, pero no todas las opiniones valen lo mismo. Una de las mayores aspiraciones que podemos llegar a tener es que nuestra opinión sea valorada por nuestros conciudadanos.

Todos tenemos amigos que son chéveres en la fiesta o en las tardes de esparcimientos, pero cuando tenemos un problema personal, laboral o financiero no contamos mucho con su opinión, pues no tienen tan buen criterio, son aquellos que con 60 años siguen siendo “Pepito”. Y todos tenemos amigos a quienes, ante situaciones adversas, recurrimos en busca de recomendaciones o consejos, pues son personas cabales, potables y con sentido común. A quienes todo el mundo llama Don Pepe. Algo así sucede en el condominio o en el barrio, ante un dilema, aunque los votos de todos se cuenten por igual, no se escuchan por igual las opiniones de todos.

Pero el derecho a la opinión es aún más constructivo, porque no es contra algo, es simplemente la facultad de ser nosotros mismos y avanzar ejerciendo la capacidad de pensar y expresarlo opinando, aportando, cuestionando. No podemos convertirnos en peleles o seguidores mudos o repetidores de los que otros (¿cuáles otros?, ¿quiénes son los que ellos, solamente ellos, tienen ese derecho?) dicen, opinan y piensan.

Creo que es muy empobrecedor y obtuso, descartar el valor de la opinión con esa manida frase de “es sólo tu opinión”, pues la sociedad se construye con un poco más que el conjunto de nuestras opiniones, que reflejan nuestras prioridades y valores.

Es importante aprender a ponderar las diversas opiniones. Respetar las de los demás y refutar o contraargumentar aquellas con las que no coincidimos. Pero nunca atacando a la persona, que las emite, siempre centrándonos en la opinión, que es lo que construye un debate y su argumentación. Y quiero también resaltar el valor de la ideología, entendida como un conjunto de ideas coherentes sobre el mundo. Esto es, que la ideología permite articular opciones sobre distintos temas siendo coherentes, con una filosofía y con valores subyacentes, no sólo con pasiones.

Gabriel Quiñónez Díaz

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