Don pendejo

Don pendejo es un fantasma que en el tiempo ha protagonizado una historia triste, vergonzosa, afrentosa, deshonesta, obscena. Don pendejo cumple la servidumbre destinada a los sabuesos de mala laya, sin casta y con pelaje miserable. Don pendejo estuvo en los corrillos congresiles, presidenciales, y en otros espacios de la función pública. Su representación es la de un ofrecido chismoso, alcahuete, rufián intermediario, calificado como soplón, enredador indigno que practica el asqueroso oficio de las tramposas celestinas.

Don pendejo se camufla en los corredores municipales del cabildo ibarreño, está en constante olfateo de retretes, parando las orejas, espiando rendijas, husmeando paredes, agujeros, resquicios para saciar su desdichado afán de encontrar embustes, para luego, meneando su tiñoso rabo, en aullido bajo llevar patrañas y enredos a patrones y patrona. Más tarde las fullerías despedirán al supuesto murmurador, haciendo del perro, mortal de confianza preparado para comadreos, calumnias e insidias.

En sus olfateos, don pendejo hace un par de días demanda que no fotografíe instantes de un evento público disfrazado de minga y que se realizó a lo largo de la línea férrea, al decir de un comunicado enviado desde el GAD-I, en el que se señala la invitación a participar en esta “Gran Minga” a las empresas que conforman el Municipio.

Don pendejo desconoce mi labor de más de cuarenta años en los que he registrado la historia ecuatoriana, el paisaje, personajes y eventos de la vida de la nación. Don pendejo argumenta que para retratar un evento público debo contar con el consentimiento de los fotografiados y pedir su expresa aprobación para publicarlas.

Don pendejo es un hazañero defensor de la primera autoridad del municipio que apocó a los funcionarios a recoger papeles, basura y excrementos de una vía como manera de entorpecer una manifestación de un sector que rechaza a los engaños de la Alcaldesa.

Don pendejo ha hecho que caiga en cuenta que como él hay muchos más, se engendran, se preñan, se multiplican por docenas, haciendo de los pasillos municipales un verdadera mancebía perruna, oculta, encubierta, y que terminará en mordeduras entre en unos y otros.