Sin Dios ni Ley

Frente a los últimos (por ahora) casos de corrupción económica, administrativa y judicial que han golpeado la conciencia cívica y moral de los ecuatorianos, podemos sacar la conclusión de que vivimos sin Dios ni Ley. Decía Dostoyevski que “si Dios no existe, todo está permitido”, pues, por qué razón va alguien a portarse bien si está convencido de que después de la muerte no hay nada, su deber para consigo mismo es tratar de aprovechar lo máximo en esta existencia finita; ¿por qué habría de preocuparse de los demás? ¿o del caduco ‘bien común’?

La Historia nos enseña que los primeros códigos se promulgaron en nombre de los dioses, porque solo ellos tenían la capacidad de doblegar la fuerza de los poderosos en beneficio de los débiles. La experiencia muestra que aun con la creencia en Dios o dioses no está garantizada la buena conducta, por aquello de que “Dios está en el cielo y yo estoy aquí”; sin embargo, la religión ha cumplido durante siglos el papel de gendarme, como sostenían los políticos ilustrados de inicios del siglo XIX, como Vicente Rocafuerte.

Algunos privilegiados por su intelecto y educación podrán apelar a la ‘regla de oro’ en cualquiera de sus formulaciones, siendo la más común: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”; pero la práctica de todos los días enseña que estos tales son una ínfima minoría, y que, muchas veces, cuando se hallan frente a la oportunidad, también ceden: “la ocasión hace al ladrón” y “en arca abierta el justo peca”.

La extensión de la podredumbre en este desgraciado país asombra y desobliga, roba el que puede, viola la ley el encargado de guardarla, se afirma con soltura desvergonzada que se debe anteponer lo legítimo a lo legal, se protege al incumplidor, se trata a unos de manera diferente que a otros. Se llega al extremo de que los mismos autores de las normas las pisotean y lo hacen entre risas o miradas fingidamente furiosas.

Se nos vienen las elecciones y otra vez tenemos que aceptar que se haya puesto al gato de despensero y preguntarnos “¿quién vigilará a los propios vigilantes?”