PUÑAL Y DESTORNILLADOR

Álvaro Peña Flores

La violencia no conoce fronteras, límites, edades, circunstancias, y por supuesto género. El homicidio constituye el indicador más completo, comparable y preciso para medir la violencia.

En nuestro país, son alarmantes los casos de femicidio que se han dado en las últimas semanas, seis para ser exactos; no solo preocupa el hecho mismo, ni las circunstancias que condujeron a los victimarios a perpetrar el crimen; sino que, todos fueron cometidos por sus parejas sentimentales.

El puñal y el destornillador como armas, nos dan indicios que el asesinato es realizado por el odio y desprecio, un sentimiento de enfermizo placer o un sentido de propiedad de las mujeres; que, con la intención de resolver un conflicto, castigar a la víctima o aliviar las tensas relaciones, desencadena en la horrible muerte.

A todo esto, me pregunto ¿Por qué odiar o despreciar a alguien a quien han elegido para ser compañera, han compartido momentos agradables, y con quien han procreado hijos, los cuales han de “amar”?

Es una paradoja que no se entiende, como tampoco se entiende el crimen. Siempre hay indicios: los malos tratos habituales, el abandono y los celos o las conductas controladoras extremas, que sin atención oportuna por parte de las autoridades, mecanismos sociales o familiares constituyen una trilogía letal.

Es momento de abrir la puerta de ayuda y auxilio a los victimarios: no es normal que “maten por placer o por hacerse justicia”; y a las víctimas, para romper “su dependencia emocional”.

Sin dejar de lado la ayuda profesional que necesitan ambas partes, la familia juega un rol importantísimo en el desarrollo de hombres y mujeres psíquica, emocional y sexualmente plenos, que constituyan la base para el desarrollo social y económico eficaz.

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