Los actos de corrupción pululan como estrellas rutilantes, pero con el brillo de una lacra social compitiendo con cualquier pandemia y haciendo que esta cruel y desgraciada realidad está desbordada en sonidos delictivos y a las puertas de un terreno peligroso de descomposición moral.
Posiblemente hace algún tiempo la corrupción pudo estar encasillada en casos sin mayor trascendencia, pero tomó fuerza de manera escandalosa, llegando a crecer como telaraña a lo largo y ancho del país contaminando hasta las más altas esferas de los gobiernos, con artífices capacitados e ilustrados en el círculo de funcionarios y autoridades públicas aparecieron entonces las aves de rapiña para contaminar el ambiente, con el virus nefasto de la corrupción y cabalgaron sobre el lomo de la ambición, echando al cesto de basura los principios éticos, morales, olvidándose de la dignidad, que representa el escudo de decencia enraizado en la honradez y rectitud.
Los abusos de poder salieron a la luz en algunos gobiernos, pero los del correato, marcaron la diferencia con graves acciones cuajadas de inmoralidad, que dejaron una cola con inmensas cicatrices lacerantes muy difíciles de sanar.
Me parece oportuno abordar con una serie de leyes que le cierren el paso a las mafias para que no sigan haciendo de las suyas con un accionar delincuencial. Debe darse en las leyes, como un imperativo impostergable algunos cambios, con normativas que permitan la simplificación de los procesos. Debe crearse verdaderos filtros selectivos para evitar que impartan justicia aquellos que la han denigrado, como los que fueron débiles de conciencia y por ambición se dejaron seducir; “por unos dólares más”, deben recibir su merecido apartándolos de la función judicial.
Debe darse una reformulación en los planes y programas de educación a todo nivel para impartir positivamente en la conciencia del estudiante, buenas costumbres y dirigirlos hacia una conducta fortalecida, sin equívocos, con dignidad buscando siempre el camino del bien, como base productiva de buenas acciones de la colectividad.
Carlos Concha Jijón