Explotación irracional

Es de conocimiento público, que las minas del norte de Esmeraldas han sido explotadas por muchísimos años, posiblemente desde 1885, con planos elaborados por Antonio Melo. En aquella época fueron entregadas legalmente en remate algunas tierras para la explotación de oro y entre esos compradores beneficiados había el apellido Weir. Luego de aquello sin precisar con exactitud durante muchos años, perdida la memoria en el tiempo se inició legal o ilegalmente la devastación de tres potenciales riquezas como eran el oro, la forestal y la arqueológica.

En el tiempo de nuestros abuelos se conocía ya sobre la explotación arqueológica de La Tolita como lugar predilecto para escavar y lograr obtener elaborados de barro y oro, dando jugosas ganancias a ladrones y traficantes de valiosas piezas arqueológicas, que eran patrimonio cultural de la nación. Otros depredadores hirieron de muerte a los bosques del norte e impidieron que las nuevas generaciones conozcan los árboles centenarios, como el Caoba, Sándalo, el Amarillo el Guayacán y el Mangle pertenecientes al grupo de árboles gigantes. En la selva sonaron las bulliciosas motosierras y los camiones en largas filas transportaban el producto de la depredación. El bosque gemía y sigue gimiendo de dolor e impotencia en una tala implacable y perversa que dejaba como huella dolorosa un holocausto forestal. El oro todavía resiste el embate de su extracción, pero la valiosa herencia arqueológica desaparece y los bosques continúan con gritos de silencio, criminalmente asediados.

El oro todavía se resiste a desaparecer pero continúa su extracción, ya no con pequeñas bateas, más si con el uso de gigantescas maquinarias destrozando el bosque y al mismo tiempo envenenando los ríos y vertientes a más del robo que se le hace al Estado.

Se ha hablado de la intervención de las autoridades, para frenar los arbitrios de los piratas que actúan como ilegales en la extracción aurífera y se conoce sobre la existencia de mapas censales, que determinan la existencia de oro, plata, petróleo, carbón de piedra, piedras preciosas, y hasta perturbaciones magnéticas. De la misma manera se sabe que existen controles, que a fin de cuentas resultan ser una pantomima.

Si existiera una real preocupación de las autoridades nacionales y provinciales, la cosa seria otro cantar, puesto que con la riqueza que no se escaparía, podría ser parte de la solución económica para múltiples problemas por los que atraviesa nuestra querida Esmeraldas.

Carlos Concha Jijón