Me dieron escopolamina

Que el poder es una droga, no cabe la menor duda. Eso explica el afán de perpetuidad en cargos a distintas dignidades por parte de innumerables políticos en todo el mundo. La droga tiene el mismo efecto, indistintamente de quien la consuma, en espacio y tiempo. Sin embargo, habría que diferenciar la profesionalización de la política como una carrera que hace alguien por su misión de servicio y especialización en el manejo de la cosa pública y, otra muy diferente, la de llegar a un cargo para ostentar o vivir con esa parafernalia, en donde el feo es guapo, el tonto es inteligente y el cínico es vivísimo. A quienes les gustan los “flashes”, los primeros planos y la pirotecnia, el poder puede ser peor que la pandemia. No solo se destruyen a sí mismos, sino que destrozan al pueblo.

A propósito del debate presidencial con carácter de oficial, un candidato nos trata de persuadir de que sus incoherencias en las respuestas se explican porque le “escopolaminaron”, es decir, habría perdido la voluntad, olvidado el guión y, posiblemente, estaba en un estado entre la somnolencia y la conciencia plena. Esta burla es menor en comparación con el estado adictivo por el poder que tienen los caciques locales en ciertas provincias, en las que, primero, son alcaldes, luego diputados, continúan después como alcaldes y luego se postulan para asambleístas, porque cambiaron del Congreso a la Asamblea. Lo mismo ocurre con quienes quieren eternizarse en el poder y buscaban un sultanato, disfrazado de reelección indefinida.

A pocos días de las elecciones, un gran porcentaje del electorado sigue indeciso, porque no hay un candidato que logre suscitar la suficiente efervescencia para seducir y movilizar. Qué interesante sería que todos los candidatos pasen la prueba del ‘Alcohol Check’ por el poder. La descomposición social ha llegado a tal nivel que la política es secundaria frente a la satisfacción de las principales necesidades. Uno de los retos para quien gane las elecciones será recomponer el tejido social, la confianza, llamar a un pacto social por la decencia y la lucha contra la droga del poder.