Cotidiano

Las sirenas de una ambulancia exaltan los ánimos de los médicos, anunciaban la llegada de algo que no luce bien, una persona grave. Ese atroz sonido se hizo más cercano y de pronto las puertas se abren de forma rauda, entra una camilla con una persona muy enferma, ¡se ahoga, mi padre se ahoga!, así gritaba ese joven con voz gruesa poco parca, ¡médico!, ¡médico! Mencionaba girando su mirada para todos lados. ¡Un médico, mi padre se muere! Un grupo del personal sanitario de turno se acercan para conocer la realidad de la situación y así poder actuar. Era Agustín, un hombre de setenta años de edad que lucía muy enfermo la escena era dantescamente trágica, no respondía a los estímulos y su respiración muy agitada y profunda anunciaba que sus pulmones no recibían el oxígeno adecuado para poder vivir. Desde cuando está así, espetó un médico. Ernesto su hijo, el joven exaltado respondió que hace cuatro días. ¿Ha estado en contacto con alguna persona con coronavirus? Jamás, él ha permanecido en casa, no sale para nada, lo cuidamos muy bien. ¿Qué tiene?; preguntó el muchacho con tono de desespero, alarmante y desafiante. Debemos examinarlo y tomar la decisión de hacerle exámenes, luego se le comunica. En menos que canta un gallo, el médico que lo afrontó al inicio sale a dialogar con el hijo. Señor, indicó el galeno, temo mucho decirle que su papá tiene una alta sospecha de Covid-19 muy grave, debemos intubarlo y que una máquina llamada ventilador mecánico respire por él hasta que sus pulmones se desinflamen. Pero aun así el pronóstico de vida de su papá es muy sombrío. Ernesto solicita que sea más específico. El médico vuelve a decirlo de esta forma: su papá tiene altas chances de morir en las próximas horas. Se sienta Ernesto, sus piernas no pudieron aguantar gelatinosas y sus ojos como cataratas de lágrimas, no había calma en ese momento. ¡Pero lo cuidábamos tan bien! Alguien debió llevar el virus dijo el médico, absurdo doctor, contestó el hijo. Le celebramos su onomástico hace poco, todos juntos, yo solo había salido un par de veces a celebrar con mis amigos, soy joven y necesito divertirme, pero eso no tiene nada que ver. Al final pasó lo inevitable y Agustín murió. La noticia de la muerte fue el apocalipsis. ¡Aquí me lo mataron! dijo el enardecido vástago: ¡él llegó vivo! Y no hicieron nada.

Luis Coello

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