Con el alma en un hilo

Con el alma en un hilo no sentimos muchos ecuatorianos en estos días, no solo por la actividad mortífera del virus chino sino por el peligro evidente de que regrese el virus del populismo con sus secuelas de corrupción, gastos innecesarios ingentes, persecuciones, opresión a la libertad y, de manera trágicamente agravada, pobreza a largo plazo sin esperanza de solución dentro de una vida humana.

Nos quejamos, con razón, de ciertos manejos equivocados de la pandemia del virus chino, aunque no sabemos si otros gobernantes lo hubieran hecho mejor (¿se acuerdan del terremoto de Manabí?). Esa lucha no está en nuestras manos. Pero sí lo está el elegir autoridades que realmente busquen el bien común; pero, como dijo el papa san Juan Pablo II: “Bien común que, como afirma el Concilio Vaticano II, “abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia” (Gaudium et spes, 74).

El miedo que sentimos muchos proviene de la convicción de que si no ponemos remedio urgente a la deriva nacional, será muy difícil salir del camino venezolano. Las personas responsables no podemos caer en la trampa de oír cantos de sirenas: que si mil dólares por aquí, que exportaremos agua por allá, que no pagaremos la deuda externa por acullá; es nuestra obligación reconocer que entre los candidatos, no solo a presidente sino también a asambleístas, muy pocos llenan los requisitos para gobernar con pericia y honradez.

Es nuestra obligación pensar en el bien común, repito, no en el nuestro individual, sino en el de las familias y asociaciones. Quienes tenemos convicciones sobre la dignidad inviolable de la naturaleza humana, sin importar su condición ni las circunstancias en que cada persona se encuentra, debemos elegir a quien vaya a respetar los valores no negociables que amparan la vida digna de todos, sin importar edad, sexo, cultura, nivel económico, instrucción.

No es retórica barata, en esta elección nos jugamos la vida o la muerte de este Ecuador moribundo.