El macabro crimen del presentador de televisión Efraín Ruales es una muestra de la vorágine de inseguridad que estremece al país. En medio del sicariato activo, la indiferencia de la justicia, una pandemia sin control, una estructura de actos de corrupción y la conflictividad política, la libertad de expresión y de prensa, sufren otro golpe violento que no puede quedar en la impunidad.
Resulta paradójico que sea el gobierno de Lenin Moreno quien registre el secuestro y asesinato en la frontera norte de un equipo de periodistas de diario El Comercio. Ahora se le añade a la lista: el silencio del carismático artista y comunicador Ruales. En un Estado que hace tiempo no encarna la verdad ni el respeto a la libertad de los ciudadanos y que continúa con ese hiper-poder presidencialista anodino.
Un Régimen que pactó con grupos mafiosos alrededor del reparto de los hospitales del IESS y en la dinámica de contratación pública. Ahí los Bucaram. Su desgaste es grande pero el peligro de repetir los modelos populistas sigue latente. No sería nada extraño que las elecciones del 7 febrero próximo resulten amañadas y en trifulcas palaciegas, dadas las designaciones de funcionarios que se mantienen desde el correísmo.
El crimen organizado tiene nexos desde las cárceles con un poder económico fabuloso tras el narcotráfico y pueden negociar con la vida de gente que les resulta incómoda. Homicidios por encargo y ajuste de cuentas. Su nombre: sicario que viene de la sica, puñal o daga pequeña. Ellos llegaron desde la violencia externa. Con la crisis de Venezuela y de las cárceles de Nicolás Maduro, y de los grupos armados de Colombia. No obstante, enfrentar la magnitud de la corrupción y la mala política sin inteligencia policial ni Fuerzas Armadas. Sin libertad de pensamiento y sin periodismo, es un cheque en blanco para sátrapas y dictadores. Solo a través de un voto reflexivo evitaremos el regreso de personajes funestos y no caer en estafadores de la fe pública, en sicarios de la política.
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