Esperanza

No nos habíamos despertado por completo de la pesadilla del pasado octubre, repensabamos el cómo reconstruir el fraccionamiento del país, esperanzados en un inmediato aprendizaje que nos permita ser mejores y elegir verdaderos líderes. De pronto lo impensable, un virus de fácil expansión que lo veíamos muy lejano en China y subestimamos su arribo a Ecuador. Para el cierre de esta opinión según datos oficiales, los casos confirmados en el país han sumado 1595 y cobrado 36 vidas, con un sistema de salud en terapia intensiva, llenos de incertidumbre, ¿qué tiempo más durará esto?, ¿la cura está cerca? Todo parece una película, en la que tenemos identificado a un monstruo invisible, que se aprovecha del exceso de información, indisciplina social, del pánico y especulación, sin certeza que sea el enemigo definitivo, pues nada quita que se aproxime otro más grande y fuerte que verdaderamente ponga a prueba a la humanidad. Aquí nadie se salva, el virus no discrimina, te atrapa sin importar capacidad económica, raza o religión, ya no importa si vives en una potencia mundial o en un país subdesarrollado, el virus está en todas partes, convirtiendo a todo rincón del mundo en doblegable.

Sin duda esto pasará, pero lo que me temo que no pase, es la desidia generalizada en construir una mejor sociedad. Los momentos vividos en los países europeos, aquellos que constituyen un modelo a seguir, han sido espelusnantes, nadie estaba preparado para la arremetida del Covid-19, y los latinos mirando desde lejos confiados en que los malos gobiernos, y uno que otro desastre natural, habían sido suficientes como para correr con tanta mala suerte. Reacción tardía, improvisada, sin aprender de aquellos países que nos aventajaban un par de semanas. Entre los esfuerzos solidarios que jamás faltan, encontramos el radical individualismo, la viveza de especular con bienes indispensables en la crisis, con lo “difícil” que resulta entender que en esta ocasión si yo me cuido estoy cuidando del resto, y viceversa.

La esperanza se ubica en el mundo post coronavirus, en un nuevo orden mundial menos acelerado, en el que dejemos de ver solo al frente y regresemos a ver a los lados y hacia atrás, en el que veamos con solidaridad aquellos que no pudieron enfrentar esto en la comodidad de un hogar, un mundo con más pausa y sin tanta prisa, un mundo con verdaderos líderes, más humanos y menos políticos, un mundo donde la familia, aquella de la que no nos separamos durante estos días, vuelva a ser el núcleo de la sociedad, un mundo consciente en que nada es peor a lo que puede venir, un mundo más humano y menos rentista. ¡Que Dios nos proteja!