Pesadumbres e infortunios

La pandemia afectó terriblemente a todo el sector productivo de la patria y el mundo. Nadie se vio exento de padecer las gravísimas consecuencias económicas, sociales, de salud, y ese enclaustramiento que no nos libró ser testigos de la muerte de personas conocidas, vecinos, amigos y parientes, en un principio fallecimientos observados como mácula macabra.

Si bien todos los estamentos sociales fueron perjudicados, ninguno como el del arte y la cultura. Diría que la enfermedad sepultó las actividades creadas por el intelecto y expresadas en las artes, prestezas tratadas a fuetazos por el gobierno de turno, incluso existiendo un Ministerio de Cultura y Patrimonio, venido a menos y cuestionado. Huele a cementerio las aspiraciones de pintores, escultores, escritores, poetas, bailarines, cantantes, teatreros, músicos, cineastas, gestores culturales y de aquellos que ejercitan disciplinas relacionadas con la inteligencia, esperanzas sepultadas por la peste y apisonadas por la pala de tierra botada por los gobiernos provinciales y municipales. Para los artistas no hubo kits alimenticios, pruebas rápidas, ni siquiera las disparatadas ofertas demagógicas, simplemente fueron ignorados e invisibilizados, se los olvidó, fueron señalados con el mismo estigma que tacha la cruel enfermedad, y acaso les fueron negados los ataúdes de cartón.

Intensa alegría me trajo la visita de un amigo de toda la vida que reside en Quito, vino trayéndome un abrazo y la lectura de sus poemas, su vida la dedicó a la actividad cultural. La confianza de años la aprobamos con varias tazas de café y su perdurable palabra. En un momento que disfrutamos la entusiasmo de otros tiempos, me pidió le relacione con alguna persona que pudiera comprarle su computadora. Golpeamos varias puertas con las caras enrojecidas, y cuando no pudimos entusiasmar a nadie con la oferta, buscamos un tienda de compra venta de cosas usadas, cuando miró el aparato el negociante, consumó la última esperanza al manifestar que el elemento no servía “ni para atrancar la puerta”. Desgarbado y ridiculizado mi amigo poeta se perdió en la avenida que conecta a la terminal terrestre para embarcarse no sé a dónde.