Tercera vuelta

Si los vocales del Consejo Nacional Electoral, en un arranque de sadomasoquismo decidían escribir una novela distópica, cuyo argumento se centre en la organización del peor proceso electoral del que se tenga memoria en Absurdistán, no se hubiesen acercado siquiera al desbarajuste que en la realidad han ocasionado con sus dislates.

Todo lo hicieron mal, empezando por calificar a una candidatura que no cumplió con los requisitos legales y que, vaya paradoja, resultó ser la ganadora de la primera vuelta. Los desatinos continuaron a raudales, enredados en interpretaciones legales dignas de tinterillos, sin saber si inscribían al eterno candidato bananero, o si resucitaban o no al movimiento político que lo auspiciaba, para luego entraparse en un conflicto de competencia (de incompetentes, suena mejor) con el Tribunal Contencioso Electoral.

Una vez definidos los binomios imprimen mal las papeletas, y eso nos cuesta la friolera de 400 mil dólares. El disparate mayúsculo ocurrió la noche de la elección, al anunciar las cifras de los candidatos que supuestamente pasaban a la segunda vuelta en segundo lugar, con una diferencia insignificante entre Pérez y Lasso, que hasta el día de hoy no se resuelve oficialmente. El acuerdo esperanzador entre los dos candidatos para el recuento de los votos, y así despejar las dudas de Pérez sobre la legitimidad del proceso, parece irremediablemente roto, y las misivas que enviaron ambos, seguramente para emular los desatinos de la autoridad electoral, solamente consiguieron agitar las turbias aguas de la politiquería.

Pérez ha adoptado una posición beligerante, al insistir en la existencia de un fraude, sin esperar que se proclamen oficialmente los resultados; su argumento, que veladamente insinúa que más allá de lo que digan los votos él es el ungido para derrotar a Arauz, carece de todo sustento lógico y jurídico.

Estamos pues en una “segunda vuelta virtual” entre Lasso y Pérez, y la “tercera” será con el candidato correísta, quien ríe complacido observando la ruptura entre los partidarios de sus potenciales rivales. ¿Será verdad que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen?