Sofía Bekatoru, la mujer que abrió la caja de los abusos sexuales en Grecia

Durante décadas, Grecia ha estado escondiendo los abusos sexuales en una caja de Pandora donde las violaciones y las agresiones desaparecían en silencio, dejando vidas y familias rotas, y culpables sin castigo. En enero, la medallista olímpica de vela Sofía Bekatoru denunció que había sido violada hace 23 años por un alto cargo de su Federación, y la caja se abrió.

Desde entonces, cientos de voces se han alzado para denunciar y señalar públicamente muchos casos de violaciones y agresiones sexuales dando comienzo así al «MeToo» griego y rompiendo el silencio en todos los espacios de la sociedad (deportes, teatro, universidad, etc).

«Soy feliz porque estoy liderando un cambio saludable. Estoy muy contenta. Tengo la esperanza de que más hombres y más mujeres, todos, tengan voz para hablar», sostiene Bekatoru en una entrevista con Efe.

Durante mucho tiempo le asaltaron las dudas sobre cómo contar su relato. Sabía que iba a ser cuestionada por denunciar después de 23 años y que iban a discutir sus palabras para sugerir que buscaba provocar un escándalo en vista a las próximas elecciones de la Federación de Vela.

Sin embargo, el apoyo a Bekatoru ha sido abrumador. Fue la primera mujer en portar la bandera helena en una ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, y ahora sigue dando pasos al frente de la sociedad griega.

Las encuestas señalan que mas de la mitad de las mujeres en Grecia han sido acosadas sexualmente alguna vez. Además, tan solo un 10 % de las violaciones han sido denunciadas a las autoridades y, en la mayoría de los casos, nunca se celebró un juicio.

Fueron los rumores sobre otros abusos y la permanencia durante décadas de su presunto violador, Aristidis Adamopulos, en las altas instancias deportivas, lo que animaron a Bekatoru a hablar de su caso en público.

Ahora se muestra especialmente emocionada al pensar que, de momento, ya ha salvado a una persona. Poco después de su testimonio, una joven contactó con ella para contarle cómo había sido violada de forma sistemática entre sus 11 y 14 años por su entrenador de vela.

«Está persona ahora está en la cárcel, así que ya hemos salvado a alguien», remarca.

Un proceso inseguro e ineficaz

Para Bekatoru, una de las mayores barreras a las que se enfrentan las supervivientes de abusos sexuales son las dificultades para denunciar y llevar su caso ante la Justicia griega.

«Para denunciar un caso de acoso, sólo tienes tres meses, y para la violación tienes 15 años», explica la medallista, quien reclama un aumento del límite de prescripción de este tipo de delitos que concuerde con el proceso que viven las víctimas.

Bekatoru insiste en que los mecanismos para presentar las denuncias no son eficaces y que en muchos casos, aunque existe la ley ésta no se aplica, o la Policía no anima a seguir con el proceso acusatorio.

«Se necesita mucho valor para ir a denunciar y aguantar una respuesta negativa del mismo policía», cuenta.

Esta falta de apoyo a las víctimas pone de relieve que el sistema griego, a diferencia de otros países europeos, carece de protocolos que indiquen a las autoridades cómo actuar en estos casos.

Según Bekatoru, la solución radica en educar para saber detectar abusos y en crear mecanismos que faciliten el proceso, al mismo tiempo que protegen a las víctimas de los efectos en la salud mental de revivir estas agresiones una y otra vez en un juzgado.

Una sociedad machista

Además de las barreras institucionales, uno de los motivos por los que hasta ahora ha reinado el silencio en Grecia es la cultura de una sociedad que Bekatoru califica de anticuada.

«Por ejemplo: mi padre, y su padre, querían tener una imagen concreta de la familia en la que había que aparentar estar bien», recuerda la atleta, que cree que el entorno y la familia invitan al silencio y a que se gestionen los problemas en privado.

Está segura de que las necesidades y el tipo de vida de las nuevas generaciones servirá para que las cosas cambien, pero de momento sigue viendo que los hombres están «sobreprotegidos».

«Es como si no crecieran cuando cumplen 19 años; tienen que casarse primero y entonces se van de casa», dice.

Bekatoru no quiere terminar la entrevista sin enviar un mensaje a las personas que han sufrido abusos: «Lo primero, han de saber que tienen voz. Siento que son muchas. Luego, conseguir apoyos, y cuando se sientan preparadas, saber que pueden hablar».