La pandemia acabó con 11.840 pequeñas empresas

El 11% de las ventas anuales se mueve a través de las pequeñas empresas.
El 11% de las ventas anuales se mueve a través de las pequeñas empresas en el país.

Alrededor del 50% de esos negocios se reinventaron en microempresas parcial o totalmente informales. El emprendimiento de supervivencia es una salida a la crisis.

El crecimiento económico del 4,2% durante 2021 es positivo, porque se recuperó la mitad de la caída provocada por la pandemia en 2020. Sin embargo, si se analiza más allá de las grandes cifras, la economía ecuatoriana está viviendo un fenómeno de empequeñecimiento y precarización de su estructura productiva y empresarial.

Según el último informe del Banco Mundial (BM), relacionado con el impacto de la actual crisis en América Latina, Ecuador es el segundo país de la región donde más pequeñas empresas se han perdido.

Solo en el último año, el 8% de esos negocios, que empleaban entre 10 y 49 personas, tuvo que cerrar porque sus ingresos no cubrían ni siquiera los costos básicos de funcionamiento (incluyendo deudas). Solo Colombia, con una pérdida del 10% de ese tipo de empresas, tiene un mayor impacto que Ecuador.

Hasta finales de 2020, la economía ecuatoriana tenía 52.079 pequeñas empresas, según el directorio de empresas y establecimientos elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Esto implica que hasta diciembre de 2021 la cifra cayó a 47.913, es decir, 4.166 menos.

El informe del Banco Mundial se concentra en la caída en el número de pequeñas empresas durante 2021. Sin embargo, si se toman las cifras publicadas por el INEC, la reducción de ese tipo de negocios puede ser mayor, si se suma el impacto durante 2020.

Hasta el cierre de 2019, las pequeñas empresas registradas llegaban a 63.919. Esa cifra cae a 52.079 hasta finales de 2020. Así, la reducción sería de 11.840 de ese tipo de compañías.

Esto quiere decir que, a los más de 39.000 empleos perdidos o precarizados en 2021, se debe añadir alrededor de 111.000, como resultado de la caída económica de 2020.

En ese primer momento, menos del 25% se reconvirtió de pequeña empresa a microempresa, y el resto se fue directamente a la completa informalidad, con negocios ocasionales de subsistencia.

Problema estructural

Iván Mercado, economista y consultor empresarial, explicó que este tipo de compañías en el país se han caracterizado, incluso antes de la pandemia, por tener una estructura de costos poco clara, prácticas de mal uso de endeudamiento (alrededor del 40% lo usan para temas corrientes y no para fortalecer la producción) y la ausencia de un plan de negocios sustentado en proyecciones reales de ventas.

“A inicios de la pandemia, un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ya alertó que las empresas ecuatorianas, a excepción de las más grandes, eran las menos preparadas para enfrentar las consecuencias de la actual crisis. Una gran parte viven al día, y sin un real conocimiento de sus finanzas”, puntualizó.

Pamela Rodríguez, empresaria y analista de sistemas productivos, recalcó que la caída en el número de pequeñas empresas representó, a través de una estimación general, la pérdida o la precarización de alrededor de 39.150 empleos.

“Esto representa una disminución de alrededor de $23,32 millones en los ingresos de más de 39.000 familias, sobre todo de clase media y media pobre”, aseveró.

Mecanismo de supervivencia

De acuerdo con el informe del Banco Mundial, a la par de la caída de las pequeñas empresas, en Ecuador se registró un repunte de los llamados negocios por cuenta propia y las microempresas de supervivencia.

En otras palabras, para mantener alguna fuente de sustento, al menos la mitad de los pequeños empresarios que tuvieron que cerrar se reconvirtieron en microempresarios.
Así, se pasó a una estructura de menos de cinco empleados; y a dejar de lado temas como contratos formales de trabajo, afiliaciones al IESS, entre otros.

Pedro Vera, microempresario textil, advirtió que la mayoría de esos cambios por supervivencia terminan en cierre definitivo en un plazo máximo de 3 años.

“El microcrédito ha crecido en el último año, pero todavía la mayoría de los negocios se quedan fuera porque para sobrevivir se tuvieron que ir a la informalidad. Con un sistema rígido y políticamente establecido de tasas de interés, los más pequeños y que más necesitan se quedan fuera del financiamiento formal. Eso explica el aumento del chulco”, afirmó.

Incentivos para formalizarse

No solo hacen falta menos barreras de acceso al crédito, sino también incentivos para que formalizarse sea un buen negocio. Esos estímulos inician desde la desburocratización y simplificación de los múltiples requisitos que deben cumplirse para que un empresario se formalice.

El abogado corporativo, Juan Andrés Rodas, detalló que los requisitos y compromisos básicos suman al menos una veintena; pero que en la mayoría casos se vuelven un lastre, porque la tramitología estatal sigue siendo ineficiente, poco práctica, e incluso desconectada con la realidad empresarial.

Desde los impuestos a los requisitos de salud ocupacional, el tema no es que se eliminen, sino que se establezcan procesos rápidos y acordes a cada tipo de empresas. Que cada uno pague lo justo, ni más ni menos, y que, como en el caso de los sistemas tributarios mejor calificados del mundo como el de Estonia, se puedan compensar los años con pérdidas con los años en los cuales el negocio marcha bien”, dijo.

Termómetro empresarial

Antes de la crisis por la pandemia, entre 2017 y 2019, el número total de empresas en el país ya había caído de 911.830 a 846.265.

Actualmente, el número total de microempresas en el país llega a un poco más de 777.000. Esos negocios mueven alrededor de $290 millones mensuales en sueldos a trabajadores. (JS)