Una pequeña granja que sobrevive frente al asfalto

PANORAMA. La casa de Matilde Maila está junto al peaje de la Autopista General Rumiñahui.
PANORAMA. La casa de Matilde Maila está junto al peaje de la Autopista General Rumiñahui.

Matilde Maila y su familia han vivido 22 años en Collacoto, junto a la General Rumiñahui.

Recorrer la autopista General Rumiñahui es cosa de todos los días para quienes trabajan o estudian fuera del Valle de Los Chillos. En el trayecto se encuentran con tráfico, hileras de tiendas comerciales, seguidas por casetas de cobranza de peaje que los obligan a frenar. Cerca del camino hay más detalles que hacen que la mirada se detenga, si realmente se pone atención.

Un ejemplo es el gran cartel que da la bienvenida a Collacoto, el cual muestra una vía pavimentada que se extiende hasta el horizonte. Es amplísima al estilo de los proyectos urbanísticos de las grandes ciudades. Al mirar con más detalle justo frente al cartel, entre unas construcciones de ladrillo, hay una pequeña casa con techo de zinc y paredes de tablas. Lo mejor es que esa humilde morada está rodeada de animales de campo.

RECUERDOS. Matilde Maila conserva una nota de periódico sobre el fallecimiento de su esposo.
RECUERDOS. Matilde Maila conserva una nota de periódico sobre el fallecimiento de su esposo.

En medio del asfalto
Por la mañana, con el sonido de fondo de los motores de automóviles, camiones y buses que circulan por la autopista, Matilde Maila, de 45 años, barre su pequeño restaurante. Los tres perros que viven también en la casa la siguen a todas partes y ladran si alguien se acerca.

Si no fuera por un cerramiento de medio metro que se construyó hace poco alrededor del terreno, las gallinas, gallos, pollos y patos estarían corriendo por la vía como ocurría en ocasiones anteriores, cuando tuvieron que recogerlos.

Para Maila, las fechas siempre son exactas: hace 22 años su familia se mudó a vivir en esa propiedad, hace 18 la compraron y un 26 de febrero de 2010 su esposo falleció en ese lugar tras un desplazamiento de tierra.

“Ahí teníamos una cabañita”, dice Maila mientras señala el espacio que ahora funciona como corral para los cerdos. Cuenta que ella siempre le advirtió a su marido que ese montículo podía venirse abajo y que era peligroso. Ella conserva celosamente un recorte de periódico en el que se publicó la noticia del fallecimiento de su esposo, quien entonces tenía 49 años. La tierra lo cubrió por completo y murió de asfixia.

Con los años, Maila y sus cuatro hijos (dos mujeres y dos hombres) aprendieron a contar el hecho como parte de la historia familiar. “Ahora casi ya no hay derrumbes porque ya solo queda el suelo de cangagua”, dice.

Antes, en el restaurante que funciona también como tienda, centro de eventos y oratorio (tienen la imagen del Niño Jesús del peaje), tenían una placa que les recordaba a José pero la retiraron después de que un hombre entró a robársela.

Maila cuenta la anécdota con un poco de gracia al igual que cuando dice que ya están acostumbrados a muchas cosas como al ruido de los carros y también a los compradores que le han ofrecido dinero por sus tierras que antes abarcaban alrededor de mil metros cuadrados y que ahora se redujeron por la ampliación de la vía que se inauguró hace un par de años.

A pesar de todo, nunca ha querido mudarse, ahí tiene su granja, sus animales, sus clientes y sus vecinos.

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Vida de campo
Delimitado por el intercambiador de Collacoto, el terreno está compuesto por varias secciones creadas por la familia que lo habita. Están los corrales de los chanchos y de los patos, el jardín donde pasean los perros y los gatos. Cruzando la calle hay una zona donde pastan los borregos y la pequeña casa que ocupa menos de un tercio de la propiedad.

Para las separaciones, Matilde Maila y sus hijos han usado todo lo que han tenido a su alcance. Hay un letrero amarillo que dice “vía cerrada”. Lo recogieron de la calle. También tienen un horno de pan hecho con ladrillos y una puerta de madera en la que escribieron con aerosol: “ola ke ase”.

A media tarde, un grupo de personas espera el transporte público donde antes había una parada y por el momento solo quedan restos de pavimento y basura.
Vanesa Alcívar pasa al menos tres veces al día por las gradas que están junto al terreno de Maila y dice que desde que ella tiene memoria la propiedad ha sido así. Reconoce que a veces los olores de los animales de granja se pueden percibir en la calle, pero el mayor malestar del sector no es ese sino la basura que vuela con el viento desde otros terrenos que están abandonados.

Durante el tiempo que vive ahí, Maila ha recibido quejas de vecinos por sus animales pero ha optado por hacerles entender que ella mantiene bien su terreno, que además es uno de sus sustentos.

“Tigrilla”, le dice a una cerdita que se pasea junto a otros cochinitos. Explica que la bautizó así por sus manchas cafés y su piel amarillenta. Aún le faltan dos partos para que puedan comérsela. Son sus hijos quienes ponen los nombres a los animales y también los que recogen perros y gatos abandonados. “Dicen que quieren ser veterinarios solo para cuidarles”, confiesa mientras camina hacia la casa donde un gato posa frente a una ventana que refleja el campo. (PCV)

Cambios en el sector

La autopista a Rumiñahui ha experimentado múltiples cambios en las últimas décadas. Uno de ellos fue la ampliación de dos a seis carriles, al igual que la implementación de más casetas de cobranza. También en 2016 se implementó el intercambiador de Collacoto que permite girar a los autos en sentido Quito–Valle de Los Chillos.