La Virgen de Coromoto no olvida a los venezolanos en su travesía

FE. Liliana Zamora sostiene el cuadro de la Virgen de Coromoto que la ha acompañado en su travesía.
FE. Liliana Zamora sostiene el cuadro de la Virgen de Coromoto que la ha acompañado en su travesía.

La terminal de Carcelén es una de las paradas que hacen quienes llegan a Quito antes de viajar a Perú o Chile.

En cada parada se despiden de amigos y conocidos y se desprenden de algunas de sus pertenencias. Su trayecto tiene fecha de inicio pero no de fin. En el camino, Liliana Zamora se ha despedido de tres de sus hijas, quienes volvieron a Venezuela. También tuvo que deshacerse de al menos dos maletas con las que salió de Caracas. Por ahora, lo único que no ha podido dejar es un cuadro de la Virgen de Coromoto, la cual la ha acompañado a ella, a su esposo y a su hijo hasta Quito.

Los tres están sentados en una de las veredas del parqueadero de la terminal de Carcelén. Ahí han permanecido por tres días, tratando de conseguir el dinero necesario para llegar hasta la frontera con Perú. Es mediodía de un martes y en el mismo espacio unos 20 compatriotas suyos, distribuidos en grupos, conversan, escriben, hacen artesanías o se cubren del sol con los mismos cartones sobre los que dormirán por la noche.

Entre las maletas con las que se quedaron se destaca la imagen religiosa a la que le tienen fe y es considerada la patrona del país del que salieron hace un mes. Zamora es delgada y lleva el cabello recogido en un moño, su tez es blanca. Dice que la Virgen se llama así porque se le apareció a un cacique llamado Coromoto, en la ciudad de Guanare, hace más de 300 años. A ellos les recuerda su patria y se sienten protegidos por la imagen a pesar de que el camino ha sido duro.

En la frontera con Colombia tuvieron que despedirse de su hermana. Lo hicieron porque en un sector conocido por los viajeros como ‘La Línea de fuego’ (cerca de Bogotá) le robaron el bolso. Sin ropa y sin papeles, se quedó esperando a que le envíen una cédula que tenía en Venezuela.

Señalando su rostro, la mujer de 33 años dice que en este tiempo han tenido que lidiar con los cambios de clima. El frío de la capital colombiana le partió los labios y el viento de Quito hace que su hijo de 17 años, quien tuvo que dejar el colegio antes de graduarse, se cubra la cara con una bufanda. Mientras reúnen los 15 dólares que les falta para seguir su viaje, Zamora sueña con volver a ver a sus hijas, una de ellas cumplirá 15 años el 10 de junio y tiene grandes deseos para su país.

“Ay mira, solo espero que llegue gente buena que saque a Venezuela adelante, que ya no mueran tantas personas inocentes, que los niños no se mueran por falta de medicamento ni de comida”, dice sosteniendo el cuadro de la Virgen entre los brazos.

ESPERA. Édgar Parra y Oswaldo Pérez aguardan en la terminal de Carcelén hasta reunir dinero para llegar a Perú.
ESPERA. Édgar Parra y Oswaldo Pérez aguardan en la terminal de Carcelén hasta reunir dinero para llegar a Perú.

‘Nos convertimos en mochileros
En dos días, Édgar Parra sintió toda la felicidad que no había tenido en un mes. Fueron los dos días en los que se encontró con su esposa antes de cruzar la frontera de Colombia con Ecuador. Cada uno había llegado hasta ahí con grupos que hicieron en el camino y por diferentes circunstancias volvieron a separarse.

EL DATO
Por las noches, grupos de distintas fundaciones acuden con comida y ropa.Parra tiene 30 años y dejó su natal Barquisimeto, en la provincia de Lara (noroeste de Venezuela), el 2 de mayo. Lo recuerda bien, pues ese día tomó su maleta tricolor (amarillo, azul y rojo) para aventurarse hasta Lima, Perú. Salió con su amigo de toda la vida Oswaldo Pérez con quien ha afrontado distintos retos.

“Hay días tristes, hay días duros y hay días que nos humillan pero eso es lo que nos da más fuerza”, dice un integrante de su grupo, quien camina por el parqueadero de la terminal con un cartel hecho de cartón en el que se lee “ayude a un venezolano que necesita llegar a Perú”.

Parra y Pérez lo escuchan y confirman que el camino es demasiado duro, que alguna vez se imaginaron viajar por el mundo pero nunca de esa manera. “Nos convertimos en mochileros”, dicen.

Pérez tiene 29 años y para conseguir dinero compró una funda de chicles para vender. Sentado sobre cartones, moldea con sus dedos una rosa de papel crepé. Sabe que cuando llegue a Perú se dedicará a cualquier cosa, siempre y cuando sea honrada. Lleva en su sangre el optimismo de Barquisimeto la “ciudad musical de Venezuela” en la que nació.

MENSAJE. Rubén Gómez sostiene un cartel con el que pide solidaridad para continuar con su travesía.
MENSAJE. Rubén Gómez sostiene un cartel con el que pide solidaridad para continuar con su travesía.

Viaje solitario
Rubén Gómez está viajando desde hace un mes. Tiene 59 años y está de pie junto a las boleterías de la terminal con un cartel en el que solicta ayuda. En sus ojos se forma un mar cuando recuerda a sus dos hijos y a su esposa, quienes se quedaron en Caracas, pero es consiente de que la misión que cumplirá es mucho más grande que la tristeza.

EL DATO
Alrededor de 50 venezolanos duermen a diario en el terminal de Carcelén.Se dirige a Pedro Carbo, una ciudad de Guayas, donde fundará una escuela evangélica. Hace más de 10 años estuvo de visita y ahora regresará para encontrarse con sus conocidos. Dice que es bueno encontrarse con sus compatriotas, pero reconoce que por la situación en la que se encuentran el egoísmo es algo que caracteriza a muchos. Cuando salió de su casa pensó que tenía dinero suficiente para llegar a su destino, pero en el trayecto, los cambios de moneda y otros factores le hicieron perder todo.

Las noches frías en Carcelén se hacen más llevaderas cuando llegan grupos de ayuda con comida, cobijas y ropa. Keiver Marcano, de 23 años, también viaja solo y dice que en todas partes ha encontrado gente que lo ha ayudado. Recuerda con cariño la ciudad de Maturín que dejó atrás y sueña con llegar a Lima para trabajar y enviar dinero a su esposa y sus dos hijos.

EL DATO
El promedio de días que se quedan es de tres a cinco.Hace dos días, Juana Quiña, de 70 años, se dio cuenta que había más de 50 venezolanos pernoctando en las bancas y en las veredas del parqueadero. Ella es dueña de uno de los quioscos de comida y entonces empezó a ayudar a los jóvenes que se acercaban. Su sueño es que se puedan unir esfuerzos y que la ciudad ayude a los que lo necesitan con carpas, comida y más apoyo en un trayecto en el que el paso por Quito para algunos se reduce al parqueadero de una terminal. (PCV)

Migrantes venezolanos tienen condición de refugiados
° Desde marzo de este año, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) catalogó a los venezolanos que han salido de su país como refugiados. En un comunicado oficial la institución señaló que “insta a los Estados receptores y/o a los que ya acogen a los venezolanos para que les permitan el acceso a su territorio y a que continúen adoptando respuestas adecuadas y pragmáticas orientadas a la protección y basadas en las buenas prácticas existentes en la región”. Según la Agencia, entre 2016 y 2017 cerca de 236.000 venezolanos ingresaron a Ecuador. De ese número, aproximadamente tres cuartas partes continuaron hacia el sur.