Esferas que se desvanecen

FOTOS: Santiago Fernández
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POR: Alexis Serrano Carmona

Existe ese instante preciso en que el telón está a punto de abrir.
Y existe el mago. Vestido por completo de negro, con la luz pálida del único reflector apuntando directo hacia él. Todo lo demás es oscuridad. El mejor mago del mundo mira hacia arriba, los brazos extendidos en dirección al suelo. Respira.

– ¿Qué es la magia? Los magos intentamos transformar lo imposible en posible. El que se dedica a la magia cree en la falta de límites de lo real, ¿no?

El mejor mago del mundo es español y se llama Miguel Muñoz. Lleva, como siempre, el pelo largo, barba y un bigote irregular por todos lados. Ya meditó durante diez minutos en un camerino repleto de fotos de magos famosos, ya preparó todas sus cosas para el truco de hoy. Ya escuchó decir a su colega peruano que actuó antes que él: “La gente está hambrienta de magia, así que dale con todo”.

– El momento de máxima tensión, para mí, es antes de abrir el telón. Ahí me centro. Normalmente respiro y veo que todo esté bien.

En el escenario, habla el presentador: “Señoras y señores, miren fijamente, porque después van a decir ¿cómo lo hizo? Cualquier palabra es nula e innecesaria: desde España, Miguel Muñoz”. Se abre el telón.

POR: Alexis Serrano Carmona

Existe ese instante preciso en que el telón está a punto de abrir.
Y existe el mago. Vestido por completo de negro, con la luz pálida del único reflector apuntando directo hacia él. Todo lo demás es oscuridad. El mejor mago del mundo mira hacia arriba, los brazos extendidos en dirección al suelo. Respira.

– ¿Qué es la magia? Los magos intentamos transformar lo imposible en posible. El que se dedica a la magia cree en la falta de límites de lo real, ¿no?

El mejor mago del mundo es español y se llama Miguel Muñoz. Lleva, como siempre, el pelo largo, barba y un bigote irregular por todos lados. Ya meditó durante diez minutos en un camerino repleto de fotos de magos famosos, ya preparó todas sus cosas para el truco de hoy. Ya escuchó decir a su colega peruano que actuó antes que él: “La gente está hambrienta de magia, así que dale con todo”.

– El momento de máxima tensión, para mí, es antes de abrir el telón. Ahí me centro. Normalmente respiro y veo que todo esté bien.

En el escenario, habla el presentador: “Señoras y señores, miren fijamente, porque después van a decir ¿cómo lo hizo? Cualquier palabra es nula e innecesaria: desde España, Miguel Muñoz”. Se abre el telón.

POR: Alexis Serrano Carmona

Existe ese instante preciso en que el telón está a punto de abrir.
Y existe el mago. Vestido por completo de negro, con la luz pálida del único reflector apuntando directo hacia él. Todo lo demás es oscuridad. El mejor mago del mundo mira hacia arriba, los brazos extendidos en dirección al suelo. Respira.

– ¿Qué es la magia? Los magos intentamos transformar lo imposible en posible. El que se dedica a la magia cree en la falta de límites de lo real, ¿no?

El mejor mago del mundo es español y se llama Miguel Muñoz. Lleva, como siempre, el pelo largo, barba y un bigote irregular por todos lados. Ya meditó durante diez minutos en un camerino repleto de fotos de magos famosos, ya preparó todas sus cosas para el truco de hoy. Ya escuchó decir a su colega peruano que actuó antes que él: “La gente está hambrienta de magia, así que dale con todo”.

– El momento de máxima tensión, para mí, es antes de abrir el telón. Ahí me centro. Normalmente respiro y veo que todo esté bien.

En el escenario, habla el presentador: “Señoras y señores, miren fijamente, porque después van a decir ¿cómo lo hizo? Cualquier palabra es nula e innecesaria: desde España, Miguel Muñoz”. Se abre el telón.

POR: Alexis Serrano Carmona

Existe ese instante preciso en que el telón está a punto de abrir.
Y existe el mago. Vestido por completo de negro, con la luz pálida del único reflector apuntando directo hacia él. Todo lo demás es oscuridad. El mejor mago del mundo mira hacia arriba, los brazos extendidos en dirección al suelo. Respira.

– ¿Qué es la magia? Los magos intentamos transformar lo imposible en posible. El que se dedica a la magia cree en la falta de límites de lo real, ¿no?

El mejor mago del mundo es español y se llama Miguel Muñoz. Lleva, como siempre, el pelo largo, barba y un bigote irregular por todos lados. Ya meditó durante diez minutos en un camerino repleto de fotos de magos famosos, ya preparó todas sus cosas para el truco de hoy. Ya escuchó decir a su colega peruano que actuó antes que él: “La gente está hambrienta de magia, así que dale con todo”.

– El momento de máxima tensión, para mí, es antes de abrir el telón. Ahí me centro. Normalmente respiro y veo que todo esté bien.

En el escenario, habla el presentador: “Señoras y señores, miren fijamente, porque después van a decir ¿cómo lo hizo? Cualquier palabra es nula e innecesaria: desde España, Miguel Muñoz”. Se abre el telón.

Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.
Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.
Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.
Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.
Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.
Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.
Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.
Los magos recibiendo el aplauso del público tras el show en la casa de la cultura.

***

La magia es verdad. Y también el universo de los magos. Un universo del que nosotros, los profanos, no tenemos ni idea. Y eso es parte del encanto. Un universo lleno de sociedades mágicas, y amigos que se juntan para montar espectáculos, y magos famosos que se conocen y se encuentran en festivales en todo el mundo.

Para llegar a ser el campeón, Miguel Muñoz –41 años, nacido en Madrid– debió vencer a 150 contrincantes en un congreso mundial de magia en Corea del Sur, al que asistieron 3.000 participantes.

Tuvo 10 minutos para convencer a un jurado de ocho maestros de distintas especialidades de que era el mejor. Entonces, presentó ‘Agua’, el mismo show que está a punto de dar. Su título estará vigente tres años y es reconocido por un ente de nombre rimbombante: la Federación Internacional de Sociedades Mágicas, algo que nosotros, los profanos, ni siquiera sabíamos que existía.

Pero el mejor del mundo es un tipo normal. Nuestro primer encuentro fue en un hotel de Quito. Vestía saco de lana a cuadros negros y blancos, jeans y zapatos de cuero negro. Es de pocas palabras, pero está siempre dispuesto a charlar el tiempo que sea necesario.

– Empecé en la magia como todo el mundo, de aficionado; de niño. Me asombró un mago en un hotel, pero no he logrado saber el nombre, no sé quién era. Estaba de vacaciones con mi familia en Lloret de Mar. Hizo algunas cosas con palomas y con el cucurucho de papel que llenas de agua y luego no hay nada, algo con globos. Tengo imágenes sueltas. Luego, mis padres me regalaron una caja de magia, a los 10 años. En España tenemos un mago muy famoso, Juan Tamariz, y sacó unos fascículos para aprender magia; yo ya tenía 13 y los compraba. Ahí empecé a aprender un poquito, hice un curso con dos magos que luego han sido mis maestros y me fui metiendo en el mundillo.

Le llegó entonces mucha literatura mágica: libros y libros en los que los maestros enseñaban sus secretos, miró videos de juegos de magia (él no los llama trucos, siempre dice juegos). Y averiguó dónde estaba la Sociedad de Magia en Madrid, un sitio “donde te juntas una vez a la semana; hay conferencias y actividades para que vayas aprendiendo”.

Pronto vino su primer show.

– Tenía estos amigos, Luigi y Borja. Su padre tenía un local, un ‘pub’, donde había actuaciones de música y magia. Yo tendría 14 y ellos 12. Me dijeron: “Oye, nos ha dicho mi padre que si hacemos una actuación. ¿Te juntas?”. Y preparamos unos juegos. Fue muy divertido, nos funcionó muy bien, la gente se reía, habría unas 80 personas. Hice un juego que se llama ‘carta invisible’. Creo que hice un juego con un papel que se quema.

El mago terminó la carrera de Arquitectura, pero no la ejerció jamás. Ni bien se graduó, se inscribió en una escuela de estudios teatrales y circo, en Londres. Las cartas siempre estuvieron echadas, cualquier intento por escapar habría sido en vano.

***

La magia es verdad. Y también el universo de los magos. Un universo del que nosotros, los profanos, no tenemos ni idea. Y eso es parte del encanto. Un universo lleno de sociedades mágicas, y amigos que se juntan para montar espectáculos, y magos famosos que se conocen y se encuentran en festivales en todo el mundo.

Para llegar a ser el campeón, Miguel Muñoz –41 años, nacido en Madrid– debió vencer a 150 contrincantes en un congreso mundial de magia en Corea del Sur, al que asistieron 3.000 participantes.

Tuvo 10 minutos para convencer a un jurado de ocho maestros de distintas especialidades de que era el mejor. Entonces, presentó ‘Agua’, el mismo show que está a punto de dar. Su título estará vigente tres años y es reconocido por un ente de nombre rimbombante: la Federación Internacional de Sociedades Mágicas, algo que nosotros, los profanos, ni siquiera sabíamos que existía.

Pero el mejor del mundo es un tipo normal. Nuestro primer encuentro fue en un hotel de Quito. Vestía saco de lana a cuadros negros y blancos, jeans y zapatos de cuero negro. Es de pocas palabras, pero está siempre dispuesto a charlar el tiempo que sea necesario.

– Empecé en la magia como todo el mundo, de aficionado; de niño. Me asombró un mago en un hotel, pero no he logrado saber el nombre, no sé quién era. Estaba de vacaciones con mi familia en Lloret de Mar. Hizo algunas cosas con palomas y con el cucurucho de papel que llenas de agua y luego no hay nada, algo con globos. Tengo imágenes sueltas. Luego, mis padres me regalaron una caja de magia, a los 10 años. En España tenemos un mago muy famoso, Juan Tamariz, y sacó unos fascículos para aprender magia; yo ya tenía 13 y los compraba. Ahí empecé a aprender un poquito, hice un curso con dos magos que luego han sido mis maestros y me fui metiendo en el mundillo.

Le llegó entonces mucha literatura mágica: libros y libros en los que los maestros enseñaban sus secretos, miró videos de juegos de magia (él no los llama trucos, siempre dice juegos). Y averiguó dónde estaba la Sociedad de Magia en Madrid, un sitio “donde te juntas una vez a la semana; hay conferencias y actividades para que vayas aprendiendo”.

Pronto vino su primer show.

– Tenía estos amigos, Luigi y Borja. Su padre tenía un local, un ‘pub’, donde había actuaciones de música y magia. Yo tendría 14 y ellos 12. Me dijeron: “Oye, nos ha dicho mi padre que si hacemos una actuación. ¿Te juntas?”. Y preparamos unos juegos. Fue muy divertido, nos funcionó muy bien, la gente se reía, habría unas 80 personas. Hice un juego que se llama ‘carta invisible’. Creo que hice un juego con un papel que se quema.

El mago terminó la carrera de Arquitectura, pero no la ejerció jamás. Ni bien se graduó, se inscribió en una escuela de estudios teatrales y circo, en Londres. Las cartas siempre estuvieron echadas, cualquier intento por escapar habría sido en vano.

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La magia es verdad. Y también el universo de los magos. Un universo del que nosotros, los profanos, no tenemos ni idea. Y eso es parte del encanto. Un universo lleno de sociedades mágicas, y amigos que se juntan para montar espectáculos, y magos famosos que se conocen y se encuentran en festivales en todo el mundo.

Para llegar a ser el campeón, Miguel Muñoz –41 años, nacido en Madrid– debió vencer a 150 contrincantes en un congreso mundial de magia en Corea del Sur, al que asistieron 3.000 participantes.

Tuvo 10 minutos para convencer a un jurado de ocho maestros de distintas especialidades de que era el mejor. Entonces, presentó ‘Agua’, el mismo show que está a punto de dar. Su título estará vigente tres años y es reconocido por un ente de nombre rimbombante: la Federación Internacional de Sociedades Mágicas, algo que nosotros, los profanos, ni siquiera sabíamos que existía.

Pero el mejor del mundo es un tipo normal. Nuestro primer encuentro fue en un hotel de Quito. Vestía saco de lana a cuadros negros y blancos, jeans y zapatos de cuero negro. Es de pocas palabras, pero está siempre dispuesto a charlar el tiempo que sea necesario.

– Empecé en la magia como todo el mundo, de aficionado; de niño. Me asombró un mago en un hotel, pero no he logrado saber el nombre, no sé quién era. Estaba de vacaciones con mi familia en Lloret de Mar. Hizo algunas cosas con palomas y con el cucurucho de papel que llenas de agua y luego no hay nada, algo con globos. Tengo imágenes sueltas. Luego, mis padres me regalaron una caja de magia, a los 10 años. En España tenemos un mago muy famoso, Juan Tamariz, y sacó unos fascículos para aprender magia; yo ya tenía 13 y los compraba. Ahí empecé a aprender un poquito, hice un curso con dos magos que luego han sido mis maestros y me fui metiendo en el mundillo.

Le llegó entonces mucha literatura mágica: libros y libros en los que los maestros enseñaban sus secretos, miró videos de juegos de magia (él no los llama trucos, siempre dice juegos). Y averiguó dónde estaba la Sociedad de Magia en Madrid, un sitio “donde te juntas una vez a la semana; hay conferencias y actividades para que vayas aprendiendo”.

Pronto vino su primer show.

– Tenía estos amigos, Luigi y Borja. Su padre tenía un local, un ‘pub’, donde había actuaciones de música y magia. Yo tendría 14 y ellos 12. Me dijeron: “Oye, nos ha dicho mi padre que si hacemos una actuación. ¿Te juntas?”. Y preparamos unos juegos. Fue muy divertido, nos funcionó muy bien, la gente se reía, habría unas 80 personas. Hice un juego que se llama ‘carta invisible’. Creo que hice un juego con un papel que se quema.

El mago terminó la carrera de Arquitectura, pero no la ejerció jamás. Ni bien se graduó, se inscribió en una escuela de estudios teatrales y circo, en Londres. Las cartas siempre estuvieron echadas, cualquier intento por escapar habría sido en vano.

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La magia es verdad. Y también el universo de los magos. Un universo del que nosotros, los profanos, no tenemos ni idea. Y eso es parte del encanto. Un universo lleno de sociedades mágicas, y amigos que se juntan para montar espectáculos, y magos famosos que se conocen y se encuentran en festivales en todo el mundo.

Para llegar a ser el campeón, Miguel Muñoz –41 años, nacido en Madrid– debió vencer a 150 contrincantes en un congreso mundial de magia en Corea del Sur, al que asistieron 3.000 participantes.

Tuvo 10 minutos para convencer a un jurado de ocho maestros de distintas especialidades de que era el mejor. Entonces, presentó ‘Agua’, el mismo show que está a punto de dar. Su título estará vigente tres años y es reconocido por un ente de nombre rimbombante: la Federación Internacional de Sociedades Mágicas, algo que nosotros, los profanos, ni siquiera sabíamos que existía.

Pero el mejor del mundo es un tipo normal. Nuestro primer encuentro fue en un hotel de Quito. Vestía saco de lana a cuadros negros y blancos, jeans y zapatos de cuero negro. Es de pocas palabras, pero está siempre dispuesto a charlar el tiempo que sea necesario.

– Empecé en la magia como todo el mundo, de aficionado; de niño. Me asombró un mago en un hotel, pero no he logrado saber el nombre, no sé quién era. Estaba de vacaciones con mi familia en Lloret de Mar. Hizo algunas cosas con palomas y con el cucurucho de papel que llenas de agua y luego no hay nada, algo con globos. Tengo imágenes sueltas. Luego, mis padres me regalaron una caja de magia, a los 10 años. En España tenemos un mago muy famoso, Juan Tamariz, y sacó unos fascículos para aprender magia; yo ya tenía 13 y los compraba. Ahí empecé a aprender un poquito, hice un curso con dos magos que luego han sido mis maestros y me fui metiendo en el mundillo.

Le llegó entonces mucha literatura mágica: libros y libros en los que los maestros enseñaban sus secretos, miró videos de juegos de magia (él no los llama trucos, siempre dice juegos). Y averiguó dónde estaba la Sociedad de Magia en Madrid, un sitio “donde te juntas una vez a la semana; hay conferencias y actividades para que vayas aprendiendo”.

Pronto vino su primer show.

– Tenía estos amigos, Luigi y Borja. Su padre tenía un local, un ‘pub’, donde había actuaciones de música y magia. Yo tendría 14 y ellos 12. Me dijeron: “Oye, nos ha dicho mi padre que si hacemos una actuación. ¿Te juntas?”. Y preparamos unos juegos. Fue muy divertido, nos funcionó muy bien, la gente se reía, habría unas 80 personas. Hice un juego que se llama ‘carta invisible’. Creo que hice un juego con un papel que se quema.

El mago terminó la carrera de Arquitectura, pero no la ejerció jamás. Ni bien se graduó, se inscribió en una escuela de estudios teatrales y circo, en Londres. Las cartas siempre estuvieron echadas, cualquier intento por escapar habría sido en vano.

El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.
El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.
El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.
El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.
El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.
El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.
El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.
El público juega un rol fundamental en el mundo de la magia.

***

– Cuando hago magia me interesa crear ambientes íntimos, atmósferas poéticas. Esa energía me gusta.

Sobre el escenario:

Luces tenues. La oscuridad de la noche, casi el silencio. De fondo una música muy Harry Potter, bajita, tan lenta. Un chorro de agua brota desde el techo, el mago se moja una mano y, de repente, aparece de la nada una esfera de cristal. La gente inhala fuerte por la boca en señal de sorpresa. Algunos pases mágicos y Miguel Muñoz mete la otra mano al agua. De la nada, la segunda esfera de cristal. La gente inhala nuevamente. Otros pases mágicos, y la tercera esfera. Y la cuarta. Aplausos.

41
años tiene Muñoz y es mago desde los 13. Un halo de luz tenue azulada ofrece, en efecto, mucha poesía. El mago hace algo que se llama malabares de contacto. Mueve con sus manos las cuatro esferas, hacia arriba y hacia abajo, de tal forma que parece que flotaran en el aire. Se lo ve feliz, la sonrisa de niño frente al juguete nuevo.

Lo imposible: el mago toma una esfera y la exprime como un limón. El agua chorrea desde su mano y la esfera tan repentinamente como apareció, se va. La música lenta. Muestra otra esfera, la exprime y la desaparece. Quedan dos. La gente inhala.

Lo irreal: el mago coloca una mano sobre la otra, palma contra palma y las dos esferas quedan suspendidas en el aire: flotan, vuelan, la gente aplaude desaforadamente.

El mago vuelve a tomar las dos esferas en sus manos. Muestra la una y la desaparece. Y exprime la última con un gesto de victoria, sacude fuerte su mano y todo vuelve a la oscuridad. Fin.

***

Lleva siempre una mochila negra. En el centro la silueta bordada de un elefante con orejas enormes y la siguiente leyenda: “Dumbo, film crew 2017”.

En marzo del 2017, Miguel Muñoz recibió una llamada de la producción de ‘Dumbo’, la película de Tim Burton. Los invitaban a él y a su novia, Zenaida Alcalde, para que actuaran. Ellos interpretaron el papel del mago y la experta en artes circenses aéreas, el mismo papel que interpretan en la vida real.

Ricardo Belmar, otro mago, amigo de Miguel desde hace 14 años, estaba junto a él cuando recibió la llamada: “Estaba encantado, nerviosísimo”.

– Me llamaron a través de esta compañía con la que yo había trabajado en Inglaterra. Nos pidió un vídeo con texto y otro haciendo malabares, cosas de magia. Le mandamos los dos vídeos y le cuadraba en lo que buscaba. Luego se lo enseñó a Tim Burton, le pareció también, nos hicieron la entrevista y genial.

– ¿Decía que Tim Burton trata muy bien a la gente?

– Sí, crea muy buen ambiente en los rodajes. Todos los sets eran alucinantes, el mundillo de cómo se organiza un rodaje y el hecho de que la película esté muy relacionada con lo que hacemos, la verdad fueron cinco meses espectaculares de rodajes en Londres. Fue como un sueño.

***

– Cuando hago magia me interesa crear ambientes íntimos, atmósferas poéticas. Esa energía me gusta.

Sobre el escenario:

Luces tenues. La oscuridad de la noche, casi el silencio. De fondo una música muy Harry Potter, bajita, tan lenta. Un chorro de agua brota desde el techo, el mago se moja una mano y, de repente, aparece de la nada una esfera de cristal. La gente inhala fuerte por la boca en señal de sorpresa. Algunos pases mágicos y Miguel Muñoz mete la otra mano al agua. De la nada, la segunda esfera de cristal. La gente inhala nuevamente. Otros pases mágicos, y la tercera esfera. Y la cuarta. Aplausos.

41
años tiene Muñoz y es mago desde los 13. Un halo de luz tenue azulada ofrece, en efecto, mucha poesía. El mago hace algo que se llama malabares de contacto. Mueve con sus manos las cuatro esferas, hacia arriba y hacia abajo, de tal forma que parece que flotaran en el aire. Se lo ve feliz, la sonrisa de niño frente al juguete nuevo.

Lo imposible: el mago toma una esfera y la exprime como un limón. El agua chorrea desde su mano y la esfera tan repentinamente como apareció, se va. La música lenta. Muestra otra esfera, la exprime y la desaparece. Quedan dos. La gente inhala.

Lo irreal: el mago coloca una mano sobre la otra, palma contra palma y las dos esferas quedan suspendidas en el aire: flotan, vuelan, la gente aplaude desaforadamente.

El mago vuelve a tomar las dos esferas en sus manos. Muestra la una y la desaparece. Y exprime la última con un gesto de victoria, sacude fuerte su mano y todo vuelve a la oscuridad. Fin.

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Lleva siempre una mochila negra. En el centro la silueta bordada de un elefante con orejas enormes y la siguiente leyenda: “Dumbo, film crew 2017”.

En marzo del 2017, Miguel Muñoz recibió una llamada de la producción de ‘Dumbo’, la película de Tim Burton. Los invitaban a él y a su novia, Zenaida Alcalde, para que actuaran. Ellos interpretaron el papel del mago y la experta en artes circenses aéreas, el mismo papel que interpretan en la vida real.

Ricardo Belmar, otro mago, amigo de Miguel desde hace 14 años, estaba junto a él cuando recibió la llamada: “Estaba encantado, nerviosísimo”.

– Me llamaron a través de esta compañía con la que yo había trabajado en Inglaterra. Nos pidió un vídeo con texto y otro haciendo malabares, cosas de magia. Le mandamos los dos vídeos y le cuadraba en lo que buscaba. Luego se lo enseñó a Tim Burton, le pareció también, nos hicieron la entrevista y genial.

– ¿Decía que Tim Burton trata muy bien a la gente?

– Sí, crea muy buen ambiente en los rodajes. Todos los sets eran alucinantes, el mundillo de cómo se organiza un rodaje y el hecho de que la película esté muy relacionada con lo que hacemos, la verdad fueron cinco meses espectaculares de rodajes en Londres. Fue como un sueño.

***

– Cuando hago magia me interesa crear ambientes íntimos, atmósferas poéticas. Esa energía me gusta.

Sobre el escenario:

Luces tenues. La oscuridad de la noche, casi el silencio. De fondo una música muy Harry Potter, bajita, tan lenta. Un chorro de agua brota desde el techo, el mago se moja una mano y, de repente, aparece de la nada una esfera de cristal. La gente inhala fuerte por la boca en señal de sorpresa. Algunos pases mágicos y Miguel Muñoz mete la otra mano al agua. De la nada, la segunda esfera de cristal. La gente inhala nuevamente. Otros pases mágicos, y la tercera esfera. Y la cuarta. Aplausos.

41
años tiene Muñoz y es mago desde los 13. Un halo de luz tenue azulada ofrece, en efecto, mucha poesía. El mago hace algo que se llama malabares de contacto. Mueve con sus manos las cuatro esferas, hacia arriba y hacia abajo, de tal forma que parece que flotaran en el aire. Se lo ve feliz, la sonrisa de niño frente al juguete nuevo.

Lo imposible: el mago toma una esfera y la exprime como un limón. El agua chorrea desde su mano y la esfera tan repentinamente como apareció, se va. La música lenta. Muestra otra esfera, la exprime y la desaparece. Quedan dos. La gente inhala.

Lo irreal: el mago coloca una mano sobre la otra, palma contra palma y las dos esferas quedan suspendidas en el aire: flotan, vuelan, la gente aplaude desaforadamente.

El mago vuelve a tomar las dos esferas en sus manos. Muestra la una y la desaparece. Y exprime la última con un gesto de victoria, sacude fuerte su mano y todo vuelve a la oscuridad. Fin.

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Lleva siempre una mochila negra. En el centro la silueta bordada de un elefante con orejas enormes y la siguiente leyenda: “Dumbo, film crew 2017”.

En marzo del 2017, Miguel Muñoz recibió una llamada de la producción de ‘Dumbo’, la película de Tim Burton. Los invitaban a él y a su novia, Zenaida Alcalde, para que actuaran. Ellos interpretaron el papel del mago y la experta en artes circenses aéreas, el mismo papel que interpretan en la vida real.

Ricardo Belmar, otro mago, amigo de Miguel desde hace 14 años, estaba junto a él cuando recibió la llamada: “Estaba encantado, nerviosísimo”.

– Me llamaron a través de esta compañía con la que yo había trabajado en Inglaterra. Nos pidió un vídeo con texto y otro haciendo malabares, cosas de magia. Le mandamos los dos vídeos y le cuadraba en lo que buscaba. Luego se lo enseñó a Tim Burton, le pareció también, nos hicieron la entrevista y genial.

– ¿Decía que Tim Burton trata muy bien a la gente?

– Sí, crea muy buen ambiente en los rodajes. Todos los sets eran alucinantes, el mundillo de cómo se organiza un rodaje y el hecho de que la película esté muy relacionada con lo que hacemos, la verdad fueron cinco meses espectaculares de rodajes en Londres. Fue como un sueño.

***

– Cuando hago magia me interesa crear ambientes íntimos, atmósferas poéticas. Esa energía me gusta.

Sobre el escenario:

Luces tenues. La oscuridad de la noche, casi el silencio. De fondo una música muy Harry Potter, bajita, tan lenta. Un chorro de agua brota desde el techo, el mago se moja una mano y, de repente, aparece de la nada una esfera de cristal. La gente inhala fuerte por la boca en señal de sorpresa. Algunos pases mágicos y Miguel Muñoz mete la otra mano al agua. De la nada, la segunda esfera de cristal. La gente inhala nuevamente. Otros pases mágicos, y la tercera esfera. Y la cuarta. Aplausos.

41
años tiene Muñoz y es mago desde los 13. Un halo de luz tenue azulada ofrece, en efecto, mucha poesía. El mago hace algo que se llama malabares de contacto. Mueve con sus manos las cuatro esferas, hacia arriba y hacia abajo, de tal forma que parece que flotaran en el aire. Se lo ve feliz, la sonrisa de niño frente al juguete nuevo.

Lo imposible: el mago toma una esfera y la exprime como un limón. El agua chorrea desde su mano y la esfera tan repentinamente como apareció, se va. La música lenta. Muestra otra esfera, la exprime y la desaparece. Quedan dos. La gente inhala.

Lo irreal: el mago coloca una mano sobre la otra, palma contra palma y las dos esferas quedan suspendidas en el aire: flotan, vuelan, la gente aplaude desaforadamente.

El mago vuelve a tomar las dos esferas en sus manos. Muestra la una y la desaparece. Y exprime la última con un gesto de victoria, sacude fuerte su mano y todo vuelve a la oscuridad. Fin.

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Lleva siempre una mochila negra. En el centro la silueta bordada de un elefante con orejas enormes y la siguiente leyenda: “Dumbo, film crew 2017”.

En marzo del 2017, Miguel Muñoz recibió una llamada de la producción de ‘Dumbo’, la película de Tim Burton. Los invitaban a él y a su novia, Zenaida Alcalde, para que actuaran. Ellos interpretaron el papel del mago y la experta en artes circenses aéreas, el mismo papel que interpretan en la vida real.

Ricardo Belmar, otro mago, amigo de Miguel desde hace 14 años, estaba junto a él cuando recibió la llamada: “Estaba encantado, nerviosísimo”.

– Me llamaron a través de esta compañía con la que yo había trabajado en Inglaterra. Nos pidió un vídeo con texto y otro haciendo malabares, cosas de magia. Le mandamos los dos vídeos y le cuadraba en lo que buscaba. Luego se lo enseñó a Tim Burton, le pareció también, nos hicieron la entrevista y genial.

– ¿Decía que Tim Burton trata muy bien a la gente?

– Sí, crea muy buen ambiente en los rodajes. Todos los sets eran alucinantes, el mundillo de cómo se organiza un rodaje y el hecho de que la película esté muy relacionada con lo que hacemos, la verdad fueron cinco meses espectaculares de rodajes en Londres. Fue como un sueño.

El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.
El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.
El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.
El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.
El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.
El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.
El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.
El momento más importante de acto de Muñoz es cuando suspende las esferas en el aire.

***

Miguel y Zenaida se conocieron en la escuela de circo Carampa, en Madrid. Se hicieron muy amigos y, aunque todavía no eran pareja, empezaron a hablar de ideas y de espectáculos.

– Él venía del mundo de la magia y yo del mundo del teatro. Y nada, coincidimos. Me parece precioso compartir con él tanto mi vida como pareja como la vida artística, me siento plena de entenderme a un nivel tan profundo en tantos aspectos. De hecho, nos han pasado cosas muy mágicas. Por ejemplo, trabajar en compañías de circo y de teatro juntos. Luego, de repente lo de Dumbo. Y, claro, vivir eso juntos no tiene nada que ver con si le hubiera pasado al uno y al otro no.

Llevan juntos desde el 2003 y ahora viven en un departamento en Madrid. Ambos crearon una empresa artística, que se llama Punto Cero y Zenaida es la mejor testigo de que la magia y Miguel son casi uno solo.

Ella y Ricardo, el mago amigo del mago, lo han visto ensayar horas y horas hasta perfeccionar los trucos. Y han visto que cuando no está haciendo magia está pensando en magia, o leyendo sobre magia, o viendo videos sobre magia.

– Siempre tiene esferas –dice Zenaida-. En la casa aparecen cartas y bolas por todas partes. Recojo y vuelvo a encontrar cartas y bolas. Y digo: ‘por favor, esto de dónde sale’. Son parte suya y punto. Yo no sé si hay un momento en que se puedan separar Miguel y la magia. Para mí es magia que cuando era pequeña mi nombre preferido fuera Miguel, mi perro se llamaba ‘Mago’ y, de repente, tengo un mago Miguel en mi vida. Creo mucho en la magia. Y Miguel también, en la magia del universo, en la magia entendida a otro nivel.

***

Miguel y Zenaida se conocieron en la escuela de circo Carampa, en Madrid. Se hicieron muy amigos y, aunque todavía no eran pareja, empezaron a hablar de ideas y de espectáculos.

– Él venía del mundo de la magia y yo del mundo del teatro. Y nada, coincidimos. Me parece precioso compartir con él tanto mi vida como pareja como la vida artística, me siento plena de entenderme a un nivel tan profundo en tantos aspectos. De hecho, nos han pasado cosas muy mágicas. Por ejemplo, trabajar en compañías de circo y de teatro juntos. Luego, de repente lo de Dumbo. Y, claro, vivir eso juntos no tiene nada que ver con si le hubiera pasado al uno y al otro no.

Llevan juntos desde el 2003 y ahora viven en un departamento en Madrid. Ambos crearon una empresa artística, que se llama Punto Cero y Zenaida es la mejor testigo de que la magia y Miguel son casi uno solo.

Ella y Ricardo, el mago amigo del mago, lo han visto ensayar horas y horas hasta perfeccionar los trucos. Y han visto que cuando no está haciendo magia está pensando en magia, o leyendo sobre magia, o viendo videos sobre magia.

– Siempre tiene esferas –dice Zenaida-. En la casa aparecen cartas y bolas por todas partes. Recojo y vuelvo a encontrar cartas y bolas. Y digo: ‘por favor, esto de dónde sale’. Son parte suya y punto. Yo no sé si hay un momento en que se puedan separar Miguel y la magia. Para mí es magia que cuando era pequeña mi nombre preferido fuera Miguel, mi perro se llamaba ‘Mago’ y, de repente, tengo un mago Miguel en mi vida. Creo mucho en la magia. Y Miguel también, en la magia del universo, en la magia entendida a otro nivel.

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Miguel y Zenaida se conocieron en la escuela de circo Carampa, en Madrid. Se hicieron muy amigos y, aunque todavía no eran pareja, empezaron a hablar de ideas y de espectáculos.

– Él venía del mundo de la magia y yo del mundo del teatro. Y nada, coincidimos. Me parece precioso compartir con él tanto mi vida como pareja como la vida artística, me siento plena de entenderme a un nivel tan profundo en tantos aspectos. De hecho, nos han pasado cosas muy mágicas. Por ejemplo, trabajar en compañías de circo y de teatro juntos. Luego, de repente lo de Dumbo. Y, claro, vivir eso juntos no tiene nada que ver con si le hubiera pasado al uno y al otro no.

Llevan juntos desde el 2003 y ahora viven en un departamento en Madrid. Ambos crearon una empresa artística, que se llama Punto Cero y Zenaida es la mejor testigo de que la magia y Miguel son casi uno solo.

Ella y Ricardo, el mago amigo del mago, lo han visto ensayar horas y horas hasta perfeccionar los trucos. Y han visto que cuando no está haciendo magia está pensando en magia, o leyendo sobre magia, o viendo videos sobre magia.

– Siempre tiene esferas –dice Zenaida-. En la casa aparecen cartas y bolas por todas partes. Recojo y vuelvo a encontrar cartas y bolas. Y digo: ‘por favor, esto de dónde sale’. Son parte suya y punto. Yo no sé si hay un momento en que se puedan separar Miguel y la magia. Para mí es magia que cuando era pequeña mi nombre preferido fuera Miguel, mi perro se llamaba ‘Mago’ y, de repente, tengo un mago Miguel en mi vida. Creo mucho en la magia. Y Miguel también, en la magia del universo, en la magia entendida a otro nivel.

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Miguel y Zenaida se conocieron en la escuela de circo Carampa, en Madrid. Se hicieron muy amigos y, aunque todavía no eran pareja, empezaron a hablar de ideas y de espectáculos.

– Él venía del mundo de la magia y yo del mundo del teatro. Y nada, coincidimos. Me parece precioso compartir con él tanto mi vida como pareja como la vida artística, me siento plena de entenderme a un nivel tan profundo en tantos aspectos. De hecho, nos han pasado cosas muy mágicas. Por ejemplo, trabajar en compañías de circo y de teatro juntos. Luego, de repente lo de Dumbo. Y, claro, vivir eso juntos no tiene nada que ver con si le hubiera pasado al uno y al otro no.

Llevan juntos desde el 2003 y ahora viven en un departamento en Madrid. Ambos crearon una empresa artística, que se llama Punto Cero y Zenaida es la mejor testigo de que la magia y Miguel son casi uno solo.

Ella y Ricardo, el mago amigo del mago, lo han visto ensayar horas y horas hasta perfeccionar los trucos. Y han visto que cuando no está haciendo magia está pensando en magia, o leyendo sobre magia, o viendo videos sobre magia.

– Siempre tiene esferas –dice Zenaida-. En la casa aparecen cartas y bolas por todas partes. Recojo y vuelvo a encontrar cartas y bolas. Y digo: ‘por favor, esto de dónde sale’. Son parte suya y punto. Yo no sé si hay un momento en que se puedan separar Miguel y la magia. Para mí es magia que cuando era pequeña mi nombre preferido fuera Miguel, mi perro se llamaba ‘Mago’ y, de repente, tengo un mago Miguel en mi vida. Creo mucho en la magia. Y Miguel también, en la magia del universo, en la magia entendida a otro nivel.

Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo.  (Cortesía del mago)
Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo. (Cortesía del mago)
Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo.  (Cortesía del mago)
Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo. (Cortesía del mago)
Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo.  (Cortesía del mago)
Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo. (Cortesía del mago)
Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo.  (Cortesía del mago)
Muñoz y su novia durante el rodaje de Dumbo. (Cortesía del mago)

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Finales de octubre. Miguel Muñoz está en Quito para presentar, junto a los otros seis magos más premiados del mundo, un espectáculo en el teatro nacional de la Casa de la Cultura. Un espectáculo que se llama ‘Tierra de magos’ y que es la metáfora perfecta, porque es justo lo que hay dentro del camerino: una tierra de magos.

La música de dulces campanillas es apenas el principio. Los magos se pasean de un lado al otro, alistando vestuarios, preparando trucos. Mientras uno actúa, los otros se ayudan, se dan ánimos, bromean.

Antes de empezar el show, forman un círculo y se toman de las manos. Cierran los ojos. Hacen una especie de ritual y, aunque no se entiende nada, hay risas. “Bueno, chicos, muchas gracias por estar aquí”. Y entonces lanzan el siguiente grito, juntos: “Sacatacatacatacatacatacaaaaaa”. Un aplauso grande y alguien interrumpe: “Chicos, segunda llamada”.

Lo que acaba de suceder es exactamente lo que pasa en ese mundillo de los magos: una dimensión en la que se conocen peruanos con argentinos, coreanos con españoles, gringos con alemanes.

Se conocen y se reconocen cada vez que se encuentran en un festival y no importa si están en el hotel, o atendiendo entrevistas, o en una cena en un restaurante exclusivo con los más altos ejecutivos de las empresas que auspician sus actos, hablan de magia. Siempre.

Se felicitan cuando un truco les sale bien, se lanzan miradas cómplices cuando el público se queda boquiabierto, hablan de los viajes pendientes antes de fin de año, o de las veces que han actuado en sitios como el Castillo de la Magia, en Los Ángeles.

Nicolás Gentile, mago argentino: “Somos todos lo mismo: ves a un mago y, entonces, la magia te encuentra, te rapta”.

Cielo, argentina especialista en leer la mente de las personas: “Los magos, en realidad, somos una gran familia. Nos encontramos en diferentes partes del mundo y siempre que nos vemos es como: ‘Ay, hola, tanto tiempo’”.

Miguel Muñoz: “Es un mundillo relativamente pequeño, comparado con otros como la danza. Al final te conoces con la gente y te juntas siempre”.

La magia ha mutado en los últimos 15 años. Antes se hacía en pequeños locales –restaurantes o bares con presentaciones en vivo-; ahora se hace en teatros. En Madrid hay un festival durante un mes entero en un teatro con capacidad para mil y pico de personas y todos los días las funciones están llenas.

En toda Europa se hace magia, pero especialmente en España, Francia, Alemania e Italia. China y Corea son grandes ejemplos, igual que Estados Unidos. Argentina y Chile en América Latina.

Entrevista en una radio quiteña días antes del festival:

Nicolás Gentile: El mago, de repente, te cuestiona, te dice que no todo lo que sabías es tan así. Esa es la verdadera magia. Después, qué hace cada uno con eso es otro tema. Están los que dicen: ‘no creo, debe haber algún truco’ y los que se vuelven budistas, por poco.

Miguel Muñoz: Nos gusta que el mago nos mienta, es una mentira para crear una experiencia, para pasarla bien.

Entrevistador: Hay a quienes nos gusta que nos mientan. Me pongo en absoluto modo niño, me sorprendo y salgo ilusionado, y creo que es posible hacer magia en la vida real.

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Finales de octubre. Miguel Muñoz está en Quito para presentar, junto a los otros seis magos más premiados del mundo, un espectáculo en el teatro nacional de la Casa de la Cultura. Un espectáculo que se llama ‘Tierra de magos’ y que es la metáfora perfecta, porque es justo lo que hay dentro del camerino: una tierra de magos.

La música de dulces campanillas es apenas el principio. Los magos se pasean de un lado al otro, alistando vestuarios, preparando trucos. Mientras uno actúa, los otros se ayudan, se dan ánimos, bromean.

Antes de empezar el show, forman un círculo y se toman de las manos. Cierran los ojos. Hacen una especie de ritual y, aunque no se entiende nada, hay risas. “Bueno, chicos, muchas gracias por estar aquí”. Y entonces lanzan el siguiente grito, juntos: “Sacatacatacatacatacatacaaaaaa”. Un aplauso grande y alguien interrumpe: “Chicos, segunda llamada”.

Lo que acaba de suceder es exactamente lo que pasa en ese mundillo de los magos: una dimensión en la que se conocen peruanos con argentinos, coreanos con españoles, gringos con alemanes.

Se conocen y se reconocen cada vez que se encuentran en un festival y no importa si están en el hotel, o atendiendo entrevistas, o en una cena en un restaurante exclusivo con los más altos ejecutivos de las empresas que auspician sus actos, hablan de magia. Siempre.

Se felicitan cuando un truco les sale bien, se lanzan miradas cómplices cuando el público se queda boquiabierto, hablan de los viajes pendientes antes de fin de año, o de las veces que han actuado en sitios como el Castillo de la Magia, en Los Ángeles.

Nicolás Gentile, mago argentino: “Somos todos lo mismo: ves a un mago y, entonces, la magia te encuentra, te rapta”.

Cielo, argentina especialista en leer la mente de las personas: “Los magos, en realidad, somos una gran familia. Nos encontramos en diferentes partes del mundo y siempre que nos vemos es como: ‘Ay, hola, tanto tiempo’”.

Miguel Muñoz: “Es un mundillo relativamente pequeño, comparado con otros como la danza. Al final te conoces con la gente y te juntas siempre”.

La magia ha mutado en los últimos 15 años. Antes se hacía en pequeños locales –restaurantes o bares con presentaciones en vivo-; ahora se hace en teatros. En Madrid hay un festival durante un mes entero en un teatro con capacidad para mil y pico de personas y todos los días las funciones están llenas.

En toda Europa se hace magia, pero especialmente en España, Francia, Alemania e Italia. China y Corea son grandes ejemplos, igual que Estados Unidos. Argentina y Chile en América Latina.

Entrevista en una radio quiteña días antes del festival:

Nicolás Gentile: El mago, de repente, te cuestiona, te dice que no todo lo que sabías es tan así. Esa es la verdadera magia. Después, qué hace cada uno con eso es otro tema. Están los que dicen: ‘no creo, debe haber algún truco’ y los que se vuelven budistas, por poco.

Miguel Muñoz: Nos gusta que el mago nos mienta, es una mentira para crear una experiencia, para pasarla bien.

Entrevistador: Hay a quienes nos gusta que nos mientan. Me pongo en absoluto modo niño, me sorprendo y salgo ilusionado, y creo que es posible hacer magia en la vida real.

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Finales de octubre. Miguel Muñoz está en Quito para presentar, junto a los otros seis magos más premiados del mundo, un espectáculo en el teatro nacional de la Casa de la Cultura. Un espectáculo que se llama ‘Tierra de magos’ y que es la metáfora perfecta, porque es justo lo que hay dentro del camerino: una tierra de magos.

La música de dulces campanillas es apenas el principio. Los magos se pasean de un lado al otro, alistando vestuarios, preparando trucos. Mientras uno actúa, los otros se ayudan, se dan ánimos, bromean.

Antes de empezar el show, forman un círculo y se toman de las manos. Cierran los ojos. Hacen una especie de ritual y, aunque no se entiende nada, hay risas. “Bueno, chicos, muchas gracias por estar aquí”. Y entonces lanzan el siguiente grito, juntos: “Sacatacatacatacatacatacaaaaaa”. Un aplauso grande y alguien interrumpe: “Chicos, segunda llamada”.

Lo que acaba de suceder es exactamente lo que pasa en ese mundillo de los magos: una dimensión en la que se conocen peruanos con argentinos, coreanos con españoles, gringos con alemanes.

Se conocen y se reconocen cada vez que se encuentran en un festival y no importa si están en el hotel, o atendiendo entrevistas, o en una cena en un restaurante exclusivo con los más altos ejecutivos de las empresas que auspician sus actos, hablan de magia. Siempre.

Se felicitan cuando un truco les sale bien, se lanzan miradas cómplices cuando el público se queda boquiabierto, hablan de los viajes pendientes antes de fin de año, o de las veces que han actuado en sitios como el Castillo de la Magia, en Los Ángeles.

Nicolás Gentile, mago argentino: “Somos todos lo mismo: ves a un mago y, entonces, la magia te encuentra, te rapta”.

Cielo, argentina especialista en leer la mente de las personas: “Los magos, en realidad, somos una gran familia. Nos encontramos en diferentes partes del mundo y siempre que nos vemos es como: ‘Ay, hola, tanto tiempo’”.

Miguel Muñoz: “Es un mundillo relativamente pequeño, comparado con otros como la danza. Al final te conoces con la gente y te juntas siempre”.

La magia ha mutado en los últimos 15 años. Antes se hacía en pequeños locales –restaurantes o bares con presentaciones en vivo-; ahora se hace en teatros. En Madrid hay un festival durante un mes entero en un teatro con capacidad para mil y pico de personas y todos los días las funciones están llenas.

En toda Europa se hace magia, pero especialmente en España, Francia, Alemania e Italia. China y Corea son grandes ejemplos, igual que Estados Unidos. Argentina y Chile en América Latina.

Entrevista en una radio quiteña días antes del festival:

Nicolás Gentile: El mago, de repente, te cuestiona, te dice que no todo lo que sabías es tan así. Esa es la verdadera magia. Después, qué hace cada uno con eso es otro tema. Están los que dicen: ‘no creo, debe haber algún truco’ y los que se vuelven budistas, por poco.

Miguel Muñoz: Nos gusta que el mago nos mienta, es una mentira para crear una experiencia, para pasarla bien.

Entrevistador: Hay a quienes nos gusta que nos mientan. Me pongo en absoluto modo niño, me sorprendo y salgo ilusionado, y creo que es posible hacer magia en la vida real.

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Finales de octubre. Miguel Muñoz está en Quito para presentar, junto a los otros seis magos más premiados del mundo, un espectáculo en el teatro nacional de la Casa de la Cultura. Un espectáculo que se llama ‘Tierra de magos’ y que es la metáfora perfecta, porque es justo lo que hay dentro del camerino: una tierra de magos.

La música de dulces campanillas es apenas el principio. Los magos se pasean de un lado al otro, alistando vestuarios, preparando trucos. Mientras uno actúa, los otros se ayudan, se dan ánimos, bromean.

Antes de empezar el show, forman un círculo y se toman de las manos. Cierran los ojos. Hacen una especie de ritual y, aunque no se entiende nada, hay risas. “Bueno, chicos, muchas gracias por estar aquí”. Y entonces lanzan el siguiente grito, juntos: “Sacatacatacatacatacatacaaaaaa”. Un aplauso grande y alguien interrumpe: “Chicos, segunda llamada”.

Lo que acaba de suceder es exactamente lo que pasa en ese mundillo de los magos: una dimensión en la que se conocen peruanos con argentinos, coreanos con españoles, gringos con alemanes.

Se conocen y se reconocen cada vez que se encuentran en un festival y no importa si están en el hotel, o atendiendo entrevistas, o en una cena en un restaurante exclusivo con los más altos ejecutivos de las empresas que auspician sus actos, hablan de magia. Siempre.

Se felicitan cuando un truco les sale bien, se lanzan miradas cómplices cuando el público se queda boquiabierto, hablan de los viajes pendientes antes de fin de año, o de las veces que han actuado en sitios como el Castillo de la Magia, en Los Ángeles.

Nicolás Gentile, mago argentino: “Somos todos lo mismo: ves a un mago y, entonces, la magia te encuentra, te rapta”.

Cielo, argentina especialista en leer la mente de las personas: “Los magos, en realidad, somos una gran familia. Nos encontramos en diferentes partes del mundo y siempre que nos vemos es como: ‘Ay, hola, tanto tiempo’”.

Miguel Muñoz: “Es un mundillo relativamente pequeño, comparado con otros como la danza. Al final te conoces con la gente y te juntas siempre”.

La magia ha mutado en los últimos 15 años. Antes se hacía en pequeños locales –restaurantes o bares con presentaciones en vivo-; ahora se hace en teatros. En Madrid hay un festival durante un mes entero en un teatro con capacidad para mil y pico de personas y todos los días las funciones están llenas.

En toda Europa se hace magia, pero especialmente en España, Francia, Alemania e Italia. China y Corea son grandes ejemplos, igual que Estados Unidos. Argentina y Chile en América Latina.

Entrevista en una radio quiteña días antes del festival:

Nicolás Gentile: El mago, de repente, te cuestiona, te dice que no todo lo que sabías es tan así. Esa es la verdadera magia. Después, qué hace cada uno con eso es otro tema. Están los que dicen: ‘no creo, debe haber algún truco’ y los que se vuelven budistas, por poco.

Miguel Muñoz: Nos gusta que el mago nos mienta, es una mentira para crear una experiencia, para pasarla bien.

Entrevistador: Hay a quienes nos gusta que nos mientan. Me pongo en absoluto modo niño, me sorprendo y salgo ilusionado, y creo que es posible hacer magia en la vida real.

La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada  espectáculo.
La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada espectáculo.
La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada  espectáculo.
La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada espectáculo.
La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada  espectáculo.
La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada espectáculo.
La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada  espectáculo.
La magia es la pasión de Muñoz, por eso disfruta de cada espectáculo.

***

Una nueva metáfora, la del final. Luego del show en la Casa de la Cultura, los magos hacen una fila en el escenario, ya sin artificios ni escenografías. Miguel Muñoz recibe una ovación.

– ¿Cuál es la mayor satisfacción que da la magia?

– Me gusta mucho esa reacción del público, de asombro, o cuando se ríen o aplauden, o esas respiraciones que se escuchan como hacia adentro.

– ¿Alguna vez falló?

– Sí, todos los magos han fallado alguna vez. Algo muy grave no me ha pasado, pero siempre hay pequeños fallos. Pero, como el público muchas veces no sabe lo que va a pasar, sigues adelante.

Los magos salen del teatro por entre el público mientras todos luchan por estrechar sus manos o, al menos, tocarlos. En el hall del teatro, los organizadores han montado un espacio cercado, por seguridad, para que los magos puedan hacerse fotos y firmar autógrafos. Ahí está Miguel Muñoz, fundido entre la multitud.

– ¿Cuánto interviene la sicología?

– Mucho. La magia es un arte sicológico, se produce en la mente del espectador. No solo se debe controlar dónde están los ojos, sino también la mente. La técnica está hecha para engañar al espectador.

– ¿Y qué significa el público para un mago?

– La magia, si no hay alguien que la vea, no existe.

– ¿Saber engañar le ha hecho alguna vez sentirse más que los otros?

– No, porque no se trata de tener poderes, sino de generar fantasía. La magia que me gusta es la que muestra un universo con reglas distintas a las del mundo real, pero de una manera artística. Es una herramienta que nosotros tenemos: el imposible.

Han pasado 15 minutos desde que terminó el show. Entre el público y sus celulares solo quedan Miguel y dos magos más. Él no ha perdido la sonrisa, intenta ofrecer su mano a todos los que la piden. Los organizadores lo apuran: “por acá, por favor”. Y señalan el camino de vuelta al camerino. Todo terminará exactamente donde todo comenzó.

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Una nueva metáfora, la del final. Luego del show en la Casa de la Cultura, los magos hacen una fila en el escenario, ya sin artificios ni escenografías. Miguel Muñoz recibe una ovación.

– ¿Cuál es la mayor satisfacción que da la magia?

– Me gusta mucho esa reacción del público, de asombro, o cuando se ríen o aplauden, o esas respiraciones que se escuchan como hacia adentro.

– ¿Alguna vez falló?

– Sí, todos los magos han fallado alguna vez. Algo muy grave no me ha pasado, pero siempre hay pequeños fallos. Pero, como el público muchas veces no sabe lo que va a pasar, sigues adelante.

Los magos salen del teatro por entre el público mientras todos luchan por estrechar sus manos o, al menos, tocarlos. En el hall del teatro, los organizadores han montado un espacio cercado, por seguridad, para que los magos puedan hacerse fotos y firmar autógrafos. Ahí está Miguel Muñoz, fundido entre la multitud.

– ¿Cuánto interviene la sicología?

– Mucho. La magia es un arte sicológico, se produce en la mente del espectador. No solo se debe controlar dónde están los ojos, sino también la mente. La técnica está hecha para engañar al espectador.

– ¿Y qué significa el público para un mago?

– La magia, si no hay alguien que la vea, no existe.

– ¿Saber engañar le ha hecho alguna vez sentirse más que los otros?

– No, porque no se trata de tener poderes, sino de generar fantasía. La magia que me gusta es la que muestra un universo con reglas distintas a las del mundo real, pero de una manera artística. Es una herramienta que nosotros tenemos: el imposible.

Han pasado 15 minutos desde que terminó el show. Entre el público y sus celulares solo quedan Miguel y dos magos más. Él no ha perdido la sonrisa, intenta ofrecer su mano a todos los que la piden. Los organizadores lo apuran: “por acá, por favor”. Y señalan el camino de vuelta al camerino. Todo terminará exactamente donde todo comenzó.

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Una nueva metáfora, la del final. Luego del show en la Casa de la Cultura, los magos hacen una fila en el escenario, ya sin artificios ni escenografías. Miguel Muñoz recibe una ovación.

– ¿Cuál es la mayor satisfacción que da la magia?

– Me gusta mucho esa reacción del público, de asombro, o cuando se ríen o aplauden, o esas respiraciones que se escuchan como hacia adentro.

– ¿Alguna vez falló?

– Sí, todos los magos han fallado alguna vez. Algo muy grave no me ha pasado, pero siempre hay pequeños fallos. Pero, como el público muchas veces no sabe lo que va a pasar, sigues adelante.

Los magos salen del teatro por entre el público mientras todos luchan por estrechar sus manos o, al menos, tocarlos. En el hall del teatro, los organizadores han montado un espacio cercado, por seguridad, para que los magos puedan hacerse fotos y firmar autógrafos. Ahí está Miguel Muñoz, fundido entre la multitud.

– ¿Cuánto interviene la sicología?

– Mucho. La magia es un arte sicológico, se produce en la mente del espectador. No solo se debe controlar dónde están los ojos, sino también la mente. La técnica está hecha para engañar al espectador.

– ¿Y qué significa el público para un mago?

– La magia, si no hay alguien que la vea, no existe.

– ¿Saber engañar le ha hecho alguna vez sentirse más que los otros?

– No, porque no se trata de tener poderes, sino de generar fantasía. La magia que me gusta es la que muestra un universo con reglas distintas a las del mundo real, pero de una manera artística. Es una herramienta que nosotros tenemos: el imposible.

Han pasado 15 minutos desde que terminó el show. Entre el público y sus celulares solo quedan Miguel y dos magos más. Él no ha perdido la sonrisa, intenta ofrecer su mano a todos los que la piden. Los organizadores lo apuran: “por acá, por favor”. Y señalan el camino de vuelta al camerino. Todo terminará exactamente donde todo comenzó.

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Una nueva metáfora, la del final. Luego del show en la Casa de la Cultura, los magos hacen una fila en el escenario, ya sin artificios ni escenografías. Miguel Muñoz recibe una ovación.

– ¿Cuál es la mayor satisfacción que da la magia?

– Me gusta mucho esa reacción del público, de asombro, o cuando se ríen o aplauden, o esas respiraciones que se escuchan como hacia adentro.

– ¿Alguna vez falló?

– Sí, todos los magos han fallado alguna vez. Algo muy grave no me ha pasado, pero siempre hay pequeños fallos. Pero, como el público muchas veces no sabe lo que va a pasar, sigues adelante.

Los magos salen del teatro por entre el público mientras todos luchan por estrechar sus manos o, al menos, tocarlos. En el hall del teatro, los organizadores han montado un espacio cercado, por seguridad, para que los magos puedan hacerse fotos y firmar autógrafos. Ahí está Miguel Muñoz, fundido entre la multitud.

– ¿Cuánto interviene la sicología?

– Mucho. La magia es un arte sicológico, se produce en la mente del espectador. No solo se debe controlar dónde están los ojos, sino también la mente. La técnica está hecha para engañar al espectador.

– ¿Y qué significa el público para un mago?

– La magia, si no hay alguien que la vea, no existe.

– ¿Saber engañar le ha hecho alguna vez sentirse más que los otros?

– No, porque no se trata de tener poderes, sino de generar fantasía. La magia que me gusta es la que muestra un universo con reglas distintas a las del mundo real, pero de una manera artística. Es una herramienta que nosotros tenemos: el imposible.

Han pasado 15 minutos desde que terminó el show. Entre el público y sus celulares solo quedan Miguel y dos magos más. Él no ha perdido la sonrisa, intenta ofrecer su mano a todos los que la piden. Los organizadores lo apuran: “por acá, por favor”. Y señalan el camino de vuelta al camerino. Todo terminará exactamente donde todo comenzó.