La intolerancia

Ugo Stornaiolo

La reciente violencia latinoamericana demuestra mucha intolerancia (política, cultural o religiosa). Una frase, atribuida a Voltaire: “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo’, citada por la británica Evelyn Beatrice Hall, biógrafa del pensador, explica que, aunque haya desacuerdo, debe respetarse la opinión ajena, virtud de la que carecen los intolerantes.

Según el diccionario, la intolerancia “es la falta de habilidad y voluntad de tolerar algo. Si es de índole cultural rechaza costumbres y tradiciones de otras personas, de raza, de otra comunidad, sexualidad, municipio, región o país”. Busca mantener (incluso con terquedad) la propia opinión, pese a razones contrarias.

Fueron intolerantes Hitler, Mussolini, Stalin, Pinochet, Videla, Franco, Ortega, Maduro y Fidel Castro, cuando con el miedo y el sectarismo, persiguieron, encarcelaron o asesinaron a millones de personas. También son intolerantes los gobernantes del socialismo del siglo XXI, cuando a la usanza del viejo politburó y aparato estatal, se eternizan en el poder y no entienden que la alternancia es una posibilidad de la democracia (“el mejor de los peores sistemas de gobierno”).

Son intolerantes los indígenas ecuatorianos cuando, tras imponer por la fuerza la derogatoria de un decreto económico, quieren aplicar su cosmovisión al país y decidir quién ingresa a sus comunidades, olvidando que Ecuador es un estado unitario. En la exYugoslavia, esto provocó la guerra que destrozó ese país. Ahora lo niegan, pero los indígenas -sus líderes- llamaron a destituir al mandatario y cometieron vandalismo.

Son intolerantes los militantes de la izquierda de buhardilla y cafetín que no aceptan el pensamiento ajeno, amenazan y llaman mediocres o “fachos” -término despectivo para personas de otra ideología- a los que no piensan como ellos. Viven del Estado, pero lo atacan e intentan, desde algunas universidades, adoctrinar a los jóvenes que, por falta de oportunidades, ven en la “revolución violenta” su proyecto vital.

Son intolerantes las minorías opuestas al pensamiento diverso. Se formaron con dogmas homogeneizantes y perdieron su libertad cuando dejaron que sus ideas las dicte algún redentor socialista de ocasión que les ofrece vivir sin trabajar y que todo sea gratis. Esa gente comprobó el anacronismo de los gobiernos de la izquierda marxista y del socialismo del siglo XXI, pero cree que puede juzgar al que piensa distinto. Por ese camino se llega al autoritarismo.

[email protected]

Ugo Stornaiolo

La reciente violencia latinoamericana demuestra mucha intolerancia (política, cultural o religiosa). Una frase, atribuida a Voltaire: “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo’, citada por la británica Evelyn Beatrice Hall, biógrafa del pensador, explica que, aunque haya desacuerdo, debe respetarse la opinión ajena, virtud de la que carecen los intolerantes.

Según el diccionario, la intolerancia “es la falta de habilidad y voluntad de tolerar algo. Si es de índole cultural rechaza costumbres y tradiciones de otras personas, de raza, de otra comunidad, sexualidad, municipio, región o país”. Busca mantener (incluso con terquedad) la propia opinión, pese a razones contrarias.

Fueron intolerantes Hitler, Mussolini, Stalin, Pinochet, Videla, Franco, Ortega, Maduro y Fidel Castro, cuando con el miedo y el sectarismo, persiguieron, encarcelaron o asesinaron a millones de personas. También son intolerantes los gobernantes del socialismo del siglo XXI, cuando a la usanza del viejo politburó y aparato estatal, se eternizan en el poder y no entienden que la alternancia es una posibilidad de la democracia (“el mejor de los peores sistemas de gobierno”).

Son intolerantes los indígenas ecuatorianos cuando, tras imponer por la fuerza la derogatoria de un decreto económico, quieren aplicar su cosmovisión al país y decidir quién ingresa a sus comunidades, olvidando que Ecuador es un estado unitario. En la exYugoslavia, esto provocó la guerra que destrozó ese país. Ahora lo niegan, pero los indígenas -sus líderes- llamaron a destituir al mandatario y cometieron vandalismo.

Son intolerantes los militantes de la izquierda de buhardilla y cafetín que no aceptan el pensamiento ajeno, amenazan y llaman mediocres o “fachos” -término despectivo para personas de otra ideología- a los que no piensan como ellos. Viven del Estado, pero lo atacan e intentan, desde algunas universidades, adoctrinar a los jóvenes que, por falta de oportunidades, ven en la “revolución violenta” su proyecto vital.

Son intolerantes las minorías opuestas al pensamiento diverso. Se formaron con dogmas homogeneizantes y perdieron su libertad cuando dejaron que sus ideas las dicte algún redentor socialista de ocasión que les ofrece vivir sin trabajar y que todo sea gratis. Esa gente comprobó el anacronismo de los gobiernos de la izquierda marxista y del socialismo del siglo XXI, pero cree que puede juzgar al que piensa distinto. Por ese camino se llega al autoritarismo.

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Ugo Stornaiolo

La reciente violencia latinoamericana demuestra mucha intolerancia (política, cultural o religiosa). Una frase, atribuida a Voltaire: “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo’, citada por la británica Evelyn Beatrice Hall, biógrafa del pensador, explica que, aunque haya desacuerdo, debe respetarse la opinión ajena, virtud de la que carecen los intolerantes.

Según el diccionario, la intolerancia “es la falta de habilidad y voluntad de tolerar algo. Si es de índole cultural rechaza costumbres y tradiciones de otras personas, de raza, de otra comunidad, sexualidad, municipio, región o país”. Busca mantener (incluso con terquedad) la propia opinión, pese a razones contrarias.

Fueron intolerantes Hitler, Mussolini, Stalin, Pinochet, Videla, Franco, Ortega, Maduro y Fidel Castro, cuando con el miedo y el sectarismo, persiguieron, encarcelaron o asesinaron a millones de personas. También son intolerantes los gobernantes del socialismo del siglo XXI, cuando a la usanza del viejo politburó y aparato estatal, se eternizan en el poder y no entienden que la alternancia es una posibilidad de la democracia (“el mejor de los peores sistemas de gobierno”).

Son intolerantes los indígenas ecuatorianos cuando, tras imponer por la fuerza la derogatoria de un decreto económico, quieren aplicar su cosmovisión al país y decidir quién ingresa a sus comunidades, olvidando que Ecuador es un estado unitario. En la exYugoslavia, esto provocó la guerra que destrozó ese país. Ahora lo niegan, pero los indígenas -sus líderes- llamaron a destituir al mandatario y cometieron vandalismo.

Son intolerantes los militantes de la izquierda de buhardilla y cafetín que no aceptan el pensamiento ajeno, amenazan y llaman mediocres o “fachos” -término despectivo para personas de otra ideología- a los que no piensan como ellos. Viven del Estado, pero lo atacan e intentan, desde algunas universidades, adoctrinar a los jóvenes que, por falta de oportunidades, ven en la “revolución violenta” su proyecto vital.

Son intolerantes las minorías opuestas al pensamiento diverso. Se formaron con dogmas homogeneizantes y perdieron su libertad cuando dejaron que sus ideas las dicte algún redentor socialista de ocasión que les ofrece vivir sin trabajar y que todo sea gratis. Esa gente comprobó el anacronismo de los gobiernos de la izquierda marxista y del socialismo del siglo XXI, pero cree que puede juzgar al que piensa distinto. Por ese camino se llega al autoritarismo.

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Ugo Stornaiolo

La reciente violencia latinoamericana demuestra mucha intolerancia (política, cultural o religiosa). Una frase, atribuida a Voltaire: “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo’, citada por la británica Evelyn Beatrice Hall, biógrafa del pensador, explica que, aunque haya desacuerdo, debe respetarse la opinión ajena, virtud de la que carecen los intolerantes.

Según el diccionario, la intolerancia “es la falta de habilidad y voluntad de tolerar algo. Si es de índole cultural rechaza costumbres y tradiciones de otras personas, de raza, de otra comunidad, sexualidad, municipio, región o país”. Busca mantener (incluso con terquedad) la propia opinión, pese a razones contrarias.

Fueron intolerantes Hitler, Mussolini, Stalin, Pinochet, Videla, Franco, Ortega, Maduro y Fidel Castro, cuando con el miedo y el sectarismo, persiguieron, encarcelaron o asesinaron a millones de personas. También son intolerantes los gobernantes del socialismo del siglo XXI, cuando a la usanza del viejo politburó y aparato estatal, se eternizan en el poder y no entienden que la alternancia es una posibilidad de la democracia (“el mejor de los peores sistemas de gobierno”).

Son intolerantes los indígenas ecuatorianos cuando, tras imponer por la fuerza la derogatoria de un decreto económico, quieren aplicar su cosmovisión al país y decidir quién ingresa a sus comunidades, olvidando que Ecuador es un estado unitario. En la exYugoslavia, esto provocó la guerra que destrozó ese país. Ahora lo niegan, pero los indígenas -sus líderes- llamaron a destituir al mandatario y cometieron vandalismo.

Son intolerantes los militantes de la izquierda de buhardilla y cafetín que no aceptan el pensamiento ajeno, amenazan y llaman mediocres o “fachos” -término despectivo para personas de otra ideología- a los que no piensan como ellos. Viven del Estado, pero lo atacan e intentan, desde algunas universidades, adoctrinar a los jóvenes que, por falta de oportunidades, ven en la “revolución violenta” su proyecto vital.

Son intolerantes las minorías opuestas al pensamiento diverso. Se formaron con dogmas homogeneizantes y perdieron su libertad cuando dejaron que sus ideas las dicte algún redentor socialista de ocasión que les ofrece vivir sin trabajar y que todo sea gratis. Esa gente comprobó el anacronismo de los gobiernos de la izquierda marxista y del socialismo del siglo XXI, pero cree que puede juzgar al que piensa distinto. Por ese camino se llega al autoritarismo.

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