Chile en el despeñadero

Carlos Freile

El vandalismo anárquico en Chile ni se debe tan solo a temas económicos (como se ha logrado un sustancial avance contra la pobreza ahora se arremete contra la desigualdad) sino a un propósito firme de destruir las bases de la sociedad occidental.

El terrorismo urbano organizado no solo destruye los símbolos del consumismo capitalista (centros comerciales) sino los templos cristianos, tanto católicos como evangélicos, sedes notorias de los valores tradicionales de Occidente, más allá del mal comportamiento de un número limitado de dirigentes.

A primera vista los resultados se palpan en la economía: 100.000 puestos de trabajo perdidos, 6.800 pequeñas empresas cerradas, las exportaciones en serios problemas, etc. Pero si ahondamos en el conjunto constatamos un deseo expreso de cambiar radicalmente el sistema (no solo lo gritan, lo pintan en las paredes); es muy dudoso que los líderes de los ataques coordinados y planificados sepan con claridad hacia donde quieren llevar a la sociedad chilena; se percibe en ellos el anhelo de acabar con todo, sin pensar en construir nada. Ya se verá lo que sale.

Quede bien claro que las izquierdas están detrás de este caos planificado. Todos conocemos las enseñanzas y proyectos de la Escuela de Frankfurt, así como la doctrina de Gramsci. Estos postulados se han convertido en la savia de la educación chilena desde hace años, como sucede en otros países con menor desarrollo político, por eso muchos jóvenes aspiran a liberarse de todo: capital, trabajo asalariado, religión, familia, moral….

Uno de los primeros muros a derribar es el de la verdad: de mil maneras se miente sobre la realidad económica de Chile y sus habitantes, la cual, sin ser perfecta, ha permitido una elevación del nivel de vida a la mayoría de ellos. Da pena ver cómo personas aparentemente sabias y prudentes animan a sus compatriotas a embarcarse en el peligrosísimo tren de la nueva constitución, pues en ella entre izquierdistas y tontos útiles se cocinará el totalitarismo tan buscado por esos agitadores, quienes impondrán sus proyectos.

[email protected]

Carlos Freile

El vandalismo anárquico en Chile ni se debe tan solo a temas económicos (como se ha logrado un sustancial avance contra la pobreza ahora se arremete contra la desigualdad) sino a un propósito firme de destruir las bases de la sociedad occidental.

El terrorismo urbano organizado no solo destruye los símbolos del consumismo capitalista (centros comerciales) sino los templos cristianos, tanto católicos como evangélicos, sedes notorias de los valores tradicionales de Occidente, más allá del mal comportamiento de un número limitado de dirigentes.

A primera vista los resultados se palpan en la economía: 100.000 puestos de trabajo perdidos, 6.800 pequeñas empresas cerradas, las exportaciones en serios problemas, etc. Pero si ahondamos en el conjunto constatamos un deseo expreso de cambiar radicalmente el sistema (no solo lo gritan, lo pintan en las paredes); es muy dudoso que los líderes de los ataques coordinados y planificados sepan con claridad hacia donde quieren llevar a la sociedad chilena; se percibe en ellos el anhelo de acabar con todo, sin pensar en construir nada. Ya se verá lo que sale.

Quede bien claro que las izquierdas están detrás de este caos planificado. Todos conocemos las enseñanzas y proyectos de la Escuela de Frankfurt, así como la doctrina de Gramsci. Estos postulados se han convertido en la savia de la educación chilena desde hace años, como sucede en otros países con menor desarrollo político, por eso muchos jóvenes aspiran a liberarse de todo: capital, trabajo asalariado, religión, familia, moral….

Uno de los primeros muros a derribar es el de la verdad: de mil maneras se miente sobre la realidad económica de Chile y sus habitantes, la cual, sin ser perfecta, ha permitido una elevación del nivel de vida a la mayoría de ellos. Da pena ver cómo personas aparentemente sabias y prudentes animan a sus compatriotas a embarcarse en el peligrosísimo tren de la nueva constitución, pues en ella entre izquierdistas y tontos útiles se cocinará el totalitarismo tan buscado por esos agitadores, quienes impondrán sus proyectos.

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Carlos Freile

El vandalismo anárquico en Chile ni se debe tan solo a temas económicos (como se ha logrado un sustancial avance contra la pobreza ahora se arremete contra la desigualdad) sino a un propósito firme de destruir las bases de la sociedad occidental.

El terrorismo urbano organizado no solo destruye los símbolos del consumismo capitalista (centros comerciales) sino los templos cristianos, tanto católicos como evangélicos, sedes notorias de los valores tradicionales de Occidente, más allá del mal comportamiento de un número limitado de dirigentes.

A primera vista los resultados se palpan en la economía: 100.000 puestos de trabajo perdidos, 6.800 pequeñas empresas cerradas, las exportaciones en serios problemas, etc. Pero si ahondamos en el conjunto constatamos un deseo expreso de cambiar radicalmente el sistema (no solo lo gritan, lo pintan en las paredes); es muy dudoso que los líderes de los ataques coordinados y planificados sepan con claridad hacia donde quieren llevar a la sociedad chilena; se percibe en ellos el anhelo de acabar con todo, sin pensar en construir nada. Ya se verá lo que sale.

Quede bien claro que las izquierdas están detrás de este caos planificado. Todos conocemos las enseñanzas y proyectos de la Escuela de Frankfurt, así como la doctrina de Gramsci. Estos postulados se han convertido en la savia de la educación chilena desde hace años, como sucede en otros países con menor desarrollo político, por eso muchos jóvenes aspiran a liberarse de todo: capital, trabajo asalariado, religión, familia, moral….

Uno de los primeros muros a derribar es el de la verdad: de mil maneras se miente sobre la realidad económica de Chile y sus habitantes, la cual, sin ser perfecta, ha permitido una elevación del nivel de vida a la mayoría de ellos. Da pena ver cómo personas aparentemente sabias y prudentes animan a sus compatriotas a embarcarse en el peligrosísimo tren de la nueva constitución, pues en ella entre izquierdistas y tontos útiles se cocinará el totalitarismo tan buscado por esos agitadores, quienes impondrán sus proyectos.

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El vandalismo anárquico en Chile ni se debe tan solo a temas económicos (como se ha logrado un sustancial avance contra la pobreza ahora se arremete contra la desigualdad) sino a un propósito firme de destruir las bases de la sociedad occidental.

El terrorismo urbano organizado no solo destruye los símbolos del consumismo capitalista (centros comerciales) sino los templos cristianos, tanto católicos como evangélicos, sedes notorias de los valores tradicionales de Occidente, más allá del mal comportamiento de un número limitado de dirigentes.

A primera vista los resultados se palpan en la economía: 100.000 puestos de trabajo perdidos, 6.800 pequeñas empresas cerradas, las exportaciones en serios problemas, etc. Pero si ahondamos en el conjunto constatamos un deseo expreso de cambiar radicalmente el sistema (no solo lo gritan, lo pintan en las paredes); es muy dudoso que los líderes de los ataques coordinados y planificados sepan con claridad hacia donde quieren llevar a la sociedad chilena; se percibe en ellos el anhelo de acabar con todo, sin pensar en construir nada. Ya se verá lo que sale.

Quede bien claro que las izquierdas están detrás de este caos planificado. Todos conocemos las enseñanzas y proyectos de la Escuela de Frankfurt, así como la doctrina de Gramsci. Estos postulados se han convertido en la savia de la educación chilena desde hace años, como sucede en otros países con menor desarrollo político, por eso muchos jóvenes aspiran a liberarse de todo: capital, trabajo asalariado, religión, familia, moral….

Uno de los primeros muros a derribar es el de la verdad: de mil maneras se miente sobre la realidad económica de Chile y sus habitantes, la cual, sin ser perfecta, ha permitido una elevación del nivel de vida a la mayoría de ellos. Da pena ver cómo personas aparentemente sabias y prudentes animan a sus compatriotas a embarcarse en el peligrosísimo tren de la nueva constitución, pues en ella entre izquierdistas y tontos útiles se cocinará el totalitarismo tan buscado por esos agitadores, quienes impondrán sus proyectos.

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