Necesitamos parar

ANA VERA SOLÓRZANO

Es común escuchar: “estoy ocupada”. De pronto no tenemos tiempo para casi nada, ni para los amigos, tampoco para los hijos, ni para practicar una actividad que nos guste, para filosofar sobre la vida o simplemente para no hacer nada porque “estamos ocupados”.

Estar ocupada guarda un mensaje implícito: “soy importante, tengo cosas que hacer”. Así alimentamos nuestro ego y reafirmamos nuestro narcisismo. De lo contrario el que está desocupado seguro no tiene trabajo, por lo tanto está vago, ocioso, sin actividad productiva alguna; lo que se resume a alguien sin importancia.

El estar ocupado además implica que estamos envuelto en el remolino del movimiento que termina en un tenemos que rendir más, producir más, hacer más, pero para ello no debemos rendirnos nunca, como afirma Byung-Chul Han debemos “poder” siempre; aunque el cansancio nos abrume, aunque para eso debemos descuidar nuestras emociones, abandonar nuestra familia, enfermarnos; eso no importa, lo importante es “poder”, “rendir” como dice Chul Han en su libro “La agonía del Eros” terminamos “explotándonos a sí mismos”, empujándonos a un “estado de depresión y agotamiento”.

En este remolino del movimiento hemos perdido el gusto por estar quietos, por el no hacer nada, hemos perdido la capacidad de parar; y en gran medida porque cuando lo hacemos nos sentimos culpables. Desgraciadamente nos han vendido la idea de que para ser mejores hay que estar en movimiento, haciendo algo; en ese proceso muchas personas caen en el síndrome del hámster (correr en una rueda sin llegar a ninguna parte). De ahí la necesidad de parar, para mirar con atención lo que hacemos, direccionarlo si así lo queremos, recrearlo, definitivamente si queremos salir de lo habitual, necesitamos parar.

[email protected]