Museo novelero

Pablo Escandón Montenegro

Abrió hace una semana. La afluencia de público es permanente y numerosa. Hay quienes esperan afuera del local para que abra las puertas y ser el primero o la primera en entrar y verlo todo.

El Museo Nacional se muestra como un espacio de descubrimiento desde una perspectiva de novelería. El novelero siempre quiere estar actualizado, como dicen nuestras madres a quienes nos regimos por la tendencia o la moda.

El recorrido del Museo se actualizó. No parece un gran almacén con estanterías repletas de objetos que se pierden entre todos. Cada objeto destaca entre los otros y nos cuenta una parte de lo que somos.

Noveleros con vestido nuevo, con tecnología, con otros objetos diferentes a los que se exhibían antes, que vinculan la vida más cotidiana con la historia de las ideas. Ahí está la novelería del Museo, que adopta la forma de lo cotidiano, de la sala de la abuela, del aparador de la tía o la biblioteca del sabio, en donde todo cuenta, a su manera.

Narrar cómo nació el Museo es otra una novelería, porque a nadie le importa quién tuvo la idea de crearlo, a nadie le interesa saber cómo se adquirieron o llegaron las obras y la piezas. A nadie, solo a los expertos que no contaban esas historias que bien podrían ser parte de una novela.

Seamos noveleros y vayamos al Museo. En cada visita se descubre algo nuevo, como las máscaras de oro, los pectorales de plata o el sol de La Tolita. Para muchos dejó de ser el logotipo de una institución y ahora es parte de la visita.

Museo novelero con espacio para jugar y derecho a tomarse fotos, con tienda y personal atento. Que esa novelería no decaiga. Sorprendámonos en cada visita al descubrir historias nuevas en este espacio que tiene que seguir sorprendiéndonos con sus novelerías analógicas, digitales y tecnológicas.

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