Maestros latinos

Daniel Marquez Soares

Los líderes mundiales estaban conscientes, desde hace un buen tiempo, de que el futuro económico de la humanidad se dibujaba como una copia de América Latina: desigualdad extrema, concentración de la riqueza, rentismo y monopolios. Pero parece que el futuro político del planeta también luce prometedoramente latinoamericano. Nuestro continente ha cumplido durante más de un siglo la poco envidiable función de ilustrar las malas prácticas, errores de cálculo y comportamientos inadecuados que conducen al colapso de un sistema democrático; y, curiosamente, el mundo empieza a copiar nuestras mañas.

Esa es la conclusión de los estudiosos de la política Daniel Ziblatt y Steven Levitsky en su aplaudido libro, recién traducido al español, ‘Cómo mueren las democracias’. Profundos conocedores del convulsionado sistema político latinoamericano, reconocen en los Estados Unidos de Trump, en el surgimiento y consolidación del caudillo, los patrones autodestructivos que caracterizaron los regímenes de autócratas paulatinos de estas latitudes como Perón, Fujimori, Chávez o Correa.

Todo sistema genera su cuota de prospectos autoritarios. Según los autores, la primera defensa de la democracia está constituida por las instituciones que, de forma paradójicamente poco democrática, están llamadas a aislar y marginar a esos especímenes excéntricos para evitar su surgimiento. Los partidos políticos y los medios de comunicación son los principales encargados de ellos. Subestiman la importancia de leyes y constituciones; explican que la democracia se sostiene no tanto por los códigos escritos, sino por los códigos no escritos de decencia y magnanimidad. Latinoamérica, siempre tan adicta al escándalo y la pelea, suele fracasar en ambas instancias.

Los autores destacan las características de los políticos con tendencias autoritarias: atentan contra las instituciones que sostienen una democracia, cuestionan la legitimidad del sistema y ven a sus opositores como enemigos. Ante un problema tan complejo, un buen primer paso para defender la democracia es, en nuestros actos y en nuestras palabras, tratar de alejarse de esas malas prácticas, por más que parezca imposible.

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