De vuelta a la cordura

Después de la Revolución Rusa de 1917 o de la cubana en 1959, los afanes de un gobierno socialista se impusieron: extirpación de la propiedad privada sobre los medios de producción y otras maniobras estructurales, en un momento y contexto “ideal”. Chávez, Correa, Ortega y Morales llegaron al poder por una revolución no violenta, por comicios electorales y en un contexto “democrático”, han necesitado de mil estrategias para imponer medidas socializantes.

Estas condiciones innaturales en las que se ha pretendido resucitar al socialismo en Latinoamérica, ha traído alteraciones fatales para los pueblos, los que viviendo ya la globalidad, sobre todo tecnológica, se encontraron con un sistema anacrónico por su operatividad. No es malo el intento, tal vez hasta loable en la medida en que se busque reducir la inequidad social.

Sin embargo, hay una generalización en los países donde llegó el socialismo: la falta de una visión lógica, que se convierte en terquedad, sumado a la pérdida de proporción de la realidad. Fundamentalmente, la convicción “fantástica” de que los líderes son “redentores”, profetas que están más allá del bien y el mal, que generan un efecto aberrantemente alienante.

A sus seguidores les atrofian la capacidad de discriminar entre lo bueno y lo malo, el delito y la virtud. Se estancan detrás de personajes que, a la postre, resultan perversamente indignos y corruptos. Estos líderes están cargados de una “divinidad” que los hace infalibles.

Sus seguidores añoran su presencia, a pesar de las penurias que viven bajo sus administraciones. Bien les haría a muchos someterse a una terapia para abrir los ojos y volver a la cordura. En la política hay que temer que aquellos de los que nos hemos librado regresen.

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