Estado óptimo-real

ANDRÉS GÓMEZ CARRIÓN

Los hechos que a diario suceden en todos países del mundo, más allá del contexto holístico diferenciador entre los mismos, sirven como mecanismos de aprendizaje para corregir errores propios.

Desde hace algunas décadas, en América Latina se han desatado cientos de casos de corrupción de distintos tipos y de diferentes magnitudes. Esa lamentable y repetitiva realidad ha llevado a la sociedad a perder progresivamente la capacidad de asombro respecto del manejo ilegal de recursos y bienes del Estado. Por consiguiente, de alguna forma la corrupción se ha naturalizado en varios países de la región subcontinental.

Gran parte de responsabilidad la tienen que asumir los gobiernos de turno, mismos que han utilizado todo el contingente estatal en su multidimensionalidad para encubrir los actos de corrupción. Y una menor la ciudadanía que ha sido indiferente ante el manejo de los recursos públicos.

Actualmente, Austria vive una de las crisis políticas más agudas de su historia reciente, producto de un escándalo de corrupción que envuelve figuras de alto nivel jerárquico, principalmente a quien hasta hace pocos días se desempeñó como Vicecanciller. Producto de eso, el gobierno central ha decidido separar de su cargo a todos los implicados e incluso anticipar las elecciones.

Más allá del análisis propio que se podría realizar de las llamativas relaciones que existen entre el sector privado y público de Europa central y Eurasia, esta columna tiene como objetivo hacer un llamado a que aprendamos como región que los casos de corrupción por más que pertenezcan al mismo gobierno no deben ser obviados y mucho menos encubiertos.

Un Gobierno ideal-utópico es aquel que no tiene actos de corrupción, un Gobierno óptimo-real es aquel en el que no se toleran los actos de corrupción.

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