Corazón, mente y manos

Jesús Muñoz Diez

Acabamos de pasar una dolorosa experiencia, que nos mueve a reflexión. ¿Hay alguna justificación válida para tener que sufrir un enfrentamiento entre hermanos? ¿Podemos considerar vencedores y vencidos en esta pelea callejera, o todos somos perdedores? ¿Qué lección podemos sacar de esta amarga experiencia para el futuro? ¿Qué tarea nos queda en la familia, como primera escuela; a los educadores, a las universidades en las que supuestamente formamos las competencias humanas y profesionales de los dirigentes de nuestra sociedad?

Alguna respuesta satisfactoria a estas preguntas no la vamos a encontrar en las confusas informaciones de nuestros “medios”, ni en muchos razonamientos mentales que hagamos de los hechos acaecidos. Dirijamos la mirada a lo más alto de nuestra condición humana que es nuestro amoroso corazón, en el que Dios-Amor vive. En nuestro espíritu tenemos al Maestro inspirador que nos enseña, nos reprende, nos educa en la virtud, preparándonos para toda obra buena; es decir para pensar y hacer lo que conviene comunitariamente a nuestra sociedad.

Este es el orden: corazón-mente-manos, por el que tenemos que acometer la tarea de dar respuesta satisfactoria a los desafíos que nos presentan estos tiempos difíciles. Nuestro deitático corazón no nos dejará dar un paso en falso, pues es nuestro guardián y nunca duerme. Dios nuestro Padre nos guarda en los peligros y cuida nuestra vida; protege nuestros quehaceres ahora y para siempre. Esta es la lección del más notable maestro universitario que tiene la historia de la humanidad: Jesucristo. ¿Cuándo le vamos a permitir volver a su cátedra universitaria? Él tiene solución para todo conflicto humano.

[email protected]

Jesús Muñoz Diez

Acabamos de pasar una dolorosa experiencia, que nos mueve a reflexión. ¿Hay alguna justificación válida para tener que sufrir un enfrentamiento entre hermanos? ¿Podemos considerar vencedores y vencidos en esta pelea callejera, o todos somos perdedores? ¿Qué lección podemos sacar de esta amarga experiencia para el futuro? ¿Qué tarea nos queda en la familia, como primera escuela; a los educadores, a las universidades en las que supuestamente formamos las competencias humanas y profesionales de los dirigentes de nuestra sociedad?

Alguna respuesta satisfactoria a estas preguntas no la vamos a encontrar en las confusas informaciones de nuestros “medios”, ni en muchos razonamientos mentales que hagamos de los hechos acaecidos. Dirijamos la mirada a lo más alto de nuestra condición humana que es nuestro amoroso corazón, en el que Dios-Amor vive. En nuestro espíritu tenemos al Maestro inspirador que nos enseña, nos reprende, nos educa en la virtud, preparándonos para toda obra buena; es decir para pensar y hacer lo que conviene comunitariamente a nuestra sociedad.

Este es el orden: corazón-mente-manos, por el que tenemos que acometer la tarea de dar respuesta satisfactoria a los desafíos que nos presentan estos tiempos difíciles. Nuestro deitático corazón no nos dejará dar un paso en falso, pues es nuestro guardián y nunca duerme. Dios nuestro Padre nos guarda en los peligros y cuida nuestra vida; protege nuestros quehaceres ahora y para siempre. Esta es la lección del más notable maestro universitario que tiene la historia de la humanidad: Jesucristo. ¿Cuándo le vamos a permitir volver a su cátedra universitaria? Él tiene solución para todo conflicto humano.

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Acabamos de pasar una dolorosa experiencia, que nos mueve a reflexión. ¿Hay alguna justificación válida para tener que sufrir un enfrentamiento entre hermanos? ¿Podemos considerar vencedores y vencidos en esta pelea callejera, o todos somos perdedores? ¿Qué lección podemos sacar de esta amarga experiencia para el futuro? ¿Qué tarea nos queda en la familia, como primera escuela; a los educadores, a las universidades en las que supuestamente formamos las competencias humanas y profesionales de los dirigentes de nuestra sociedad?

Alguna respuesta satisfactoria a estas preguntas no la vamos a encontrar en las confusas informaciones de nuestros “medios”, ni en muchos razonamientos mentales que hagamos de los hechos acaecidos. Dirijamos la mirada a lo más alto de nuestra condición humana que es nuestro amoroso corazón, en el que Dios-Amor vive. En nuestro espíritu tenemos al Maestro inspirador que nos enseña, nos reprende, nos educa en la virtud, preparándonos para toda obra buena; es decir para pensar y hacer lo que conviene comunitariamente a nuestra sociedad.

Este es el orden: corazón-mente-manos, por el que tenemos que acometer la tarea de dar respuesta satisfactoria a los desafíos que nos presentan estos tiempos difíciles. Nuestro deitático corazón no nos dejará dar un paso en falso, pues es nuestro guardián y nunca duerme. Dios nuestro Padre nos guarda en los peligros y cuida nuestra vida; protege nuestros quehaceres ahora y para siempre. Esta es la lección del más notable maestro universitario que tiene la historia de la humanidad: Jesucristo. ¿Cuándo le vamos a permitir volver a su cátedra universitaria? Él tiene solución para todo conflicto humano.

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Acabamos de pasar una dolorosa experiencia, que nos mueve a reflexión. ¿Hay alguna justificación válida para tener que sufrir un enfrentamiento entre hermanos? ¿Podemos considerar vencedores y vencidos en esta pelea callejera, o todos somos perdedores? ¿Qué lección podemos sacar de esta amarga experiencia para el futuro? ¿Qué tarea nos queda en la familia, como primera escuela; a los educadores, a las universidades en las que supuestamente formamos las competencias humanas y profesionales de los dirigentes de nuestra sociedad?

Alguna respuesta satisfactoria a estas preguntas no la vamos a encontrar en las confusas informaciones de nuestros “medios”, ni en muchos razonamientos mentales que hagamos de los hechos acaecidos. Dirijamos la mirada a lo más alto de nuestra condición humana que es nuestro amoroso corazón, en el que Dios-Amor vive. En nuestro espíritu tenemos al Maestro inspirador que nos enseña, nos reprende, nos educa en la virtud, preparándonos para toda obra buena; es decir para pensar y hacer lo que conviene comunitariamente a nuestra sociedad.

Este es el orden: corazón-mente-manos, por el que tenemos que acometer la tarea de dar respuesta satisfactoria a los desafíos que nos presentan estos tiempos difíciles. Nuestro deitático corazón no nos dejará dar un paso en falso, pues es nuestro guardián y nunca duerme. Dios nuestro Padre nos guarda en los peligros y cuida nuestra vida; protege nuestros quehaceres ahora y para siempre. Esta es la lección del más notable maestro universitario que tiene la historia de la humanidad: Jesucristo. ¿Cuándo le vamos a permitir volver a su cátedra universitaria? Él tiene solución para todo conflicto humano.

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