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ORLANDO AMORES TERÁN

La vida que precede a la muerte, es la que da sentido a nuestra existencia. Actuar para mejorar la sociedad, alejando la infamia, el abuso, la criminalidad; donde carezcan de sitio el oportunismo, el esbirrismo, es lo que ilumina la oscuridad en el tránsito por este mundo. Hay personas que asumen con rigor sus convicciones, sacrifican su vida por construir lo que creen será una sociedad justa.

Sin embargo, aquellos que escogen el camino de la «revolución» están sometidos a clandestinidad, riesgos de asumir otra identidad, cometimiento de delitos y permanente zozobra, como parte del diseño de una jerarquía perversa, que los engaña con consignas como: «Patria o muerte. Venceremos», de las que se sirven para afianzar su riqueza, manipulando a los más comprometidos, los «idiotas útiles», como los llamaba Lenin, mientras ellos disfrutan las delicias del poder. Hay quienes creen que son parte del proceso «revolucionario»: intelectuales, profesionales, guerrilleros, sin darse cuenta que ofrendan su vida, para que la cúpula disfrute, de lo que para ellos ha sido privación y renunciamiento. Esto sucedió en Cuba, Nicaragua, Venezuela, en donde sus déspotas esclavizan a sus compañeros, los venden a otros estados, extirpando toda disidencia, controlando no solo la opinión, sino también el pensamiento, anulando lo que no forma parte de lo que a la jerarquía le beneficia.

Ante el estruendoso fracaso de ese tipo de regímenes, sus dirigentes empiezan a copiar el capitalismo estatal, de la China comunista que propone intercambio de capitales y bienes, pero no de libertades, ni de ideas; la muestra son el millón de prisioneros en sus campos de concentración. Es nuestra obligación democrática, oponernos al comunismo, por totalitarista; para ello hay que exigir se conforme una coalición internacional, que en lo político, asuma una respuesta contra los regímenes narco-comunistas y en lo militar, concrete un golpe de mano de alta precisión contra maduro, ortega, castro.

Una intervención militar, como la extracción de Noriega en Panamá, sería un desperdicio de tropa y material. Hay que eliminarlos, con el menor daño colateral.

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