Espejo enterrado

En la mitad del siglo pasado, en torno a 1950, surgieron a nivel internacional diversas declaraciones que defendían los Derechos Fundamentales del Ser humano, entre ellos el derecho a la salud. Sin él, es imposible acceder a otros derechos más complejos como el social y el político. Ayer 7 de abril se conmemoró el Día Mundial de la Salud, coincidiendo con la creación de la OMS. Quería destacar este acontecimiento como antecedente para abordar la situación de emergencia sanitaria por la que atravesamos.

Para titular este artículo, tomé prestado el nombre del libro de Carlos Fuentes, insigne escritor, pues permite hacer una analogía respecto de lo que estamos viviendo. El Covid-19 ha desenterrando el espejo, destapando las consecuencias de la corrupción, de una sociedad agobiada entre el espectáculo y la política, que olvidó lo sustancial, endiosó la imagen y enterró las ideas; hoy palpamos más que nunca las deficientes políticas públicas, que direccionadas para satisfacer intereses de grupos y no de las mayorías han generado pobreza y desigualdad. Vemos un MSP cansado sin norte, burocratizado, enfermo y ajeno al manejo de responsabilidades, en general un sistema incapaz de responder con eficiencia frente a la emergencia.

Tal vez era necesario ver la realidad así, de frente, sentirnos igual de vulnerables y desprotegidos para entender que la corrupción nos afecta a todos y que no es de “gente pilas” es de infames. La inversión pública en salud y educación es la “clave” en particular para las economías emergentes, donde el acceso a servicios de salud básicos son escasos, permite establecer un cimiento sólido y una compensación social, a fin de procurar el cumplimiento efectivo de los derechos fundamentales de la población.

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