El quiteño y la polítca

Es arriesgado generalizar, pero hay matices, formas de actuación que caracterizan a cada pueblo. El quiteño ha sido novelero. Lo confirma la Historia: unas veces revolucionario de verdad; permanentemente rechazador del Gobierno de turno; con rumores adelantaba los acontecimientos; otras ocasiones apasionado por las corridas de toros, en las que no había quiteño que no sea especialista, aparte de noble; hubo épocas en que el fútbol era el tema diario. Pero lo que invariablemente ha tenido como tema central es la política, por una realidad evidente: Quito es la capital de la Nación, norte de la política, las Instituciones importantes se encuentran en la ciudad.

Sin embargo, existe en el quiteño un desinterés desdeñoso por la política aunque eso no le hace apolítico. Como dice Vargas Llosa: “Despreciar la política es una toma de posición tan política como adorarla”. Es que el quiteño conoce la política. Hoy, sea joven o viejo, sabe todas las canalladas del anterior Gobierno, continuadas en algo por el actual. Y el desprecio de la política en parte se justifica por sus resultados: el subdesarrollo, la pobreza no ha sido mitigada y la corrupción vive en las entrañas de buena parte de los líderes políticos. El quiteño cree que “pasado el boche” o cumplidas con rebajas las sentencias penales, además de que no se recuperará la plata mal habida, volverán los políticos a sus andanzas.

Siendo individualista, es difícil que el quiteño abrace con entusiasmo cualquier fe ideológica, peor una militancia. Pero al mismo tiempo, como individualista recalcitrante, es enemigo de toda formación ideológica colectivista, como el comunismo o el fascismo.

Por todo ello su voto es un misterio. Los resultados sorprenden. Son consecuencias de antipatías y odios más que de convicciones. Por tanto no tiene que quejarse de sus elegidos. A menudo, los resentimientos políticos los alocan: los serios pierden y triunfan mediocridades.

Ansiamos que Quito, con el mayor electorado nacional, actúe razonablemente, y elija los mejores ciudadanos, sin prejuicios, o sufrirá sus propias culpas o pesadillas.