Lenguaje y paradoja

La invención del lenguaje en los humanos fue clave para su desarrollo, proceso que llevó algunos miles de años hasta que varios hablantes coincidieron sobre el mismo objeto. El conocimiento actual enseña que si un individuo dice algo, el que escucha interpreta desde su propia experiencia; en definitiva, es una acción de coincidencia probabilística mayor que cero.

El proceso redundante de vocablos refuerza la probabilidad de coincidencia; por eso el hecho comunicativo se define como una reducción de incertidumbre. Eso en teoría, porque en la interacción entre individuos hay “intencionalidades”; la del que codifica el mensaje y la del oyente que lo descifra desde su mundo mental, producto de vivencias, percepciones, certezas y equívocos acumulados en su memoria. Eso permite que unos puedan convencer a otros de “mentiras o verdades”.

El político arma su “discurso” de múltiple significado. Cuando dice “ daremos pan a todos” se refiere a su entorno, en tanto el resto de oyentes descifran ese enjambre de vocablos desde sus potenciales aspiraciones y creen que las palabras están dirigidas a resolver sus problemas. Pero es solo un juego de lenguaje, al que los especialistas suman el tono, el vestido, el gesto y maquillaje, etc.

Vivimos en un escenario donde todos creen entender algo y ven reflejado en ese ser fabricado una solución a sus vidas que a la postre nunca llega. De allí la paradoja de algo tan extraordinario y bello como el lenguaje, que siendo liberador se transforma también en yugo opresor de sociedades enteras  y forjador de  vaporosas ilusiones.

Lo positivo del lenguaje radica en el potencial de construir comportamientos y actitudes que permiten el avance del conocimiento, pero en tiempos del intercambio electrónico, al parecer entramos en un estado de pérdida de significación, construyendo discursos vacíos, banales, inocuos o violentos.