Quito celebró sus fiestas con toros

Destacados. Marcillo, Samper y Mejía en una tarde triunfal. (Foto: Andrea Grijalva)
Destacados. Marcillo, Samper y Mejía en una tarde triunfal. (Foto: Andrea Grijalva)
Poder. Estupendo muletazo de José Andrés Marcillo. (Foto: Andrea Grijalva)
Poder. Estupendo muletazo de José Andrés Marcillo. (Foto: Andrea Grijalva)
Rejoneo. El toreo a caballo brilló en la Belmonte. (Foto: Andrea Grijalva)
Rejoneo. El toreo a caballo brilló en la Belmonte. (Foto: Andrea Grijalva)
Toro. Samper enfrenta a un ejemplar de Triana. (Foto: Andrea Grijalva)
Toro. Samper enfrenta a un ejemplar de Triana. (Foto: Andrea Grijalva)

Los toreros ecuatorianos triunfaron en la Plaza Belmonte.

Por: Santiago Aguilar

La Plaza Belmonte de Quito conmemoró por lo alto 100 años de maravillosa historia. Se convirtió en el albergue de los aficionados quiteños durante la primera mitad del siglo pasado y, desde se reapertura, hasta la fecha, en el santuario de la afición quiteña.

Esa condición de entrañable residencia del arte taurino permitió que el martes cinco de diciembre vivamos un espectáculo luminoso en el que, otra vez, el torero ecuatoriano brilló por sus ejecutorias en el redondel al enfrentar un interesante lote de toros de Triana y Ortuño en medio de la alegría del anfiteatro.

El marco de público fue superior para –como desde siempre- festejar el aniversario de la fundación de la ciudad con funciones taurinas acogidas con entusiasmo y generosa entrega a la labor de los lidiadores que se prodigaron en el toreo a pie y a caballo al punto que Álvaro Samper, José Andrés Marcillo y el jinete Álvaro Mejía se repartieron un total de ocho orejas simbólicas, saldo que expresa el sustancial contenido de la intensa tarde de toros.

Fue por delante el matador de toros Álvaro Samper que enfrentó con solvencia a un toro muy serio de Triana al que plantó cara con oficio y a momentos buenas maneras, en especial al manejar la muleta con la mano derecha, la vuelta al ruedo fue el premio a su esfuerzo. En su segundo su tarea adquirió otro matiz al pasarse a la res en estilizadas y suaves series al natural, costado por el que el animal tomaba la muleta con clase facultando el trazo del engaño manejado con corrección por el experimentado diestro. Su entrega y la angustia agregada de una aparatosa voltereta le permitieron recoger dos apéndices.

El mejor toreo de la tarde corrió a cargo del novillero José Andrés Marcillo que más allá de exhibir talento y capacidad, ha logrado acuñar su personalidad torera, adscrita a una tauromaquia sobria de acabados preciosistas que declara con soltura y claridad de ideas. A su primero, un bravo oponente de Ortuño, lo lanceó bien de capote y, mejor aún, se lo pasó con la tela roja en exigentes tandas de mano baja que fueron valoradas con una oreja. En el que completó su lote la verónicas iniciales fueron notables y empaque tuvo el muleteo posterior completado con emocionantes circulares y manoletinas que justificaron la entrega de las dos orejas.

El rejoneador Álvaro Mejía cumple un final de campaña soñado, al punto que sus últimas cinco actuaciones las ha firmado con igual número de salidas a hombros; envidiable registro que adquiere importancia si revisamos la dimensión de sus faenas. En el tercero de la tarde, la centenaria arena fue escenario de otra estupenda demostración de toreo a caballo en el que la verdad, la pulcritud en la ejecución de la suertes y la precisa colocación de los palitroques se sucedieron una y otra vez, en especial conduciendo a Torero su caballo estrella que le impulsó a la obtención de dos apéndices a los que se sumó uno del lidiado en último lugar.

El caso es que el público se marchó satisfecho de los graderíos de la querida Plaza Belmonte, saboreando el toreo con marca ecuatoriana dicho con valor y lucidez, sensaciones alternadas con agridulces reflexiones sobre el triste zarpazo de la política al último tercio de la lidia y con el corazón diciéndole que vienen tiempos mejores.