La diplomacia

Patricio Durán

En nuestras múltiples relaciones personales que mantenemos diariamente, siempre conocemos a personas de tacto fino, delicado, atento, cortés; en fin, en una sola palabra “diplomáticos”. Pero, ¿quién es un diplomático en realidad? Un diplomático es una persona que se muerde la lengua siete veces antes de no hablar, o antes de hablar de más; por lo que podemos decir que la señora Canciller no es para nada diplomática, por su desafortunada actuación en el caso de nuestro incómodo huésped en la embajada londinense, que hoy es un ecuatoriano más.

El rotundo fracaso ecuatoriano en las relaciones internacionales en la “década ganada” se debe principalmente a la obstinación que tuvo el régimen correísta a nombrar diplomáticos de carrera y que se mantiene en el actual gobierno. Se puede colegir que esta práctica equivocada se debe a que quieren un mayor protagonismo político que diplomático.

Las desventajas del político en el servicio exterior son que no conoce en profundidad las culturas y estilos de vida de otros países y que, por lo general, busca triunfos para aventajar a sus adversarios o aumentar el número de electores; mientras que el objeto de una negociación diplomática no es la victoria sino un compromiso aceptable, viable y favorable para el país, por lo que el diplomático tiene más posibilidades que el político de convertirse en un negociador afortunado y no busca el aplauso del público y el rédito electoral.

Mientras el gobierno de la “revolución ciudadana” reformó la Ley de Servicio Exterior para aumentar la cuota política; las relaciones con Inglaterra se encuentran en un punto muerto sobre el tema Julian Assange, gracias a la desafortunada intervención de la canciller María Fernanda Espinosa, quien como ya lo dijo alguna vez el canciller brasileño Celso Amorim “nos pegamos un tiro en el pie”.